Por Agustín Pallarés Padilla
El 22 de septiembre del recién finiquitado año 2009 di lectura, con ocasión de la celebración de las XIV Jornadas de Estudios sobre Lanzarote y Fuerteventura en Arrecife, a un extracto de una comunicación de mi autoría titulada Lanzaroto Malocello en Titerogaca.
Pasadas unas semanas me entregaron los coordinadores de este evento cultural el siguiente lacónico y un tanto displicente texto emitido como evaluación del referido trabajo por un profesor o catedrático de la Universidad de Las Palmas que, según me dijeron, había sido designado para tal fin. El dictamen en cuestión dice así:
Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
Departamento de Ciencias Históricas.
Pallarés Padilla, A,: “Lanzaroto Malocello en Titerogaca”.
Un estudio diletante sobre un asunto del que ya se han ocupado numerosos expertos desde hace ya algunos años, cuyas contribuciones el autor parece ignorar o, en el mejor de los casos, utiliza sin rigor crítico. Ignoro si el autor es historiador, pero en caso de que sea un aficionado o un erudito local, debería documentar mejor su trabajo.
Las Palmas de Gran Canaria, 23 de julio de 2009.
Repuesto del primer momento de estupor recibido al leer tan injusto dictamen, la primera reacción que tuve fue la de procurar enterarme de la identidad del autor para hacerle ver los ostensibles errores en que incurre en sus apreciaciones sobre mi comunicación y mi persona. Pero tal propósito me resultó de todo punto imposible. Las vías de localización de este señor se hallaban cerradas a cal y canto. En consecuencia, vista la imposibilidad de contactar con él personalmente, no me ha quedado otro remedio que recurrir a la publicación de este ‘pliego de descargo’ para exponerle mi abierta disensión con su fallo –palabra, por cierto, anfibológica– esperando que el mismo llegue a su conocimiento.
Comienza el severo censor anónimo por calificar a mi escrito de ‘estudio diletante’, es decir, del más bajo nivel en cuanto a calidad histórica respecta. Hombre, admito desde luego que no sea un dechado de virtudes, pero que su calidad raye a tan bajo nivel... Continúa diciendo que se trata de ’un asunto del que ya se han ocupado numerosos expertos’. Con ello parece querer decir que como ya se han ocupado del tema numerosos ‘expertos’, es una osadía tocarlo de nuevo. Quizás si un futuro autor se hallara revestido de la correspondiente academicidad la cosa sería distinta... Pues miren por donde, toca la casualidad de que un servidor se encuentra entre esa pléyade de expertos..., perdón –no pretendo herir susceptibilidades–; quiero decir que además de esos expertos que se han ocupado de Lanzaroto Malocello también este humilde investigador se ha echado su cuarto a espadas sobre temas relacionados con tan interesante personaje histórico, cosa que, por lo que se ve, mi ‘censor anónimo’ desconoce a pesar de la vasta bibliografía de que parece disponer sobre el asunto.
He aquí una relación de mis aportaciones sobre este tema: Lancelotto Malocello en Titerogaca (LA PROVINCIA, 20 y 30 de marzo, 12 de abril y 2, 4 y 15 de mayo de 1974;).; La Torre (LANCELOT, 1-8-1981); ¿Descubrimiento del castillo de Lancelotto? (LANCELOT, 14-12-1984); Estado de abandono del yacimiento arqueológico del supuesto castillo de Lanzerotto (LA VOZ, 19-12-1996); Lanzarotto Malocello en Titerogaka (LA VOZ, 12 y 13 de mayo de 1999); Nuevas noticias sobre el castillo de Lanzaroto Malocello (LANCELOT, 20-8-2004); LANZAROTO MALOCELLO EN TITEROGACA (LANCELOT, 24 y 31 de octubre, 7, 14, 22 y 28 de noviembre y 5 de diciembre de 2008). De este último escrito es una refundición el trabajo enjuiciado.
Complementa el innominado censor lo que se acaba de transcribir con la siguiente aseveración: ‘cuyas contribuciones el autor parece ignorar’. Quisiera que me explicara este señor a qué ‘contribuciones’ se refiere, pues aparte de las bien conocidas, que por otro lado expongo en mi trabajo con la mención de sus autores, me atrevería a asegurar que no se ha averiguado nada nuevo importante desde hace bastante tiempo sobre el caso del episodio histórico que nos ocupa. A continuación dice que no empleo ‘rigor crítico’. Ante tal afirmación pregunto, ¿qué se entiende por ‘rigor crítico’? Pues se da el caso de que en ocasiones ejerzo en el escrito, cuando a mi juicio lo considero justificado, una crítica que se podría calificar de acerba. Véase si no lo que digo del nombre aborigen ‘Titerogaca’ de la isla señalando los lamentables errores en que han incurrido algunos ‘expertos’ autores. Y remata su informe manifestando: ‘Ignoro si el autor es historiador’. Pues bien, a esto hay que contestar lisa y llanamente que si por historiador se entiende el que cuenta cosas sobre historia no hay duda, guste o no guste, de que lo soy. Malo o bueno, eso ya depende de la opinión de quien lo juzgue. Pero si con ello se quiere precisar que lo de historiador responde a profesional titulado, está claro que ese no es mi caso. Ya me hubiera gustado haber podido acceder a tan interesante profesión por la vía docente oficial, pero las vicisitudes de la vida no me han dado opción para ello. Mas en todo caso, dada la índole reivindicativa del presente escrito, no es esa la cuestión que ahora importa tener en cuenta de este último enunciado. Lo importante, lo que por efecto bumerang deja en evidencia a quien lo formula, es la afirmación que en él se hace de no saber quien soy, pues no se concibe que un catedrático de historia de una universidad canaria, que debería estar al tanto de la bibliografía publicada sobre el pasado de las islas no esté bien impuesto de la misma. Simplemente, de haber cumplido con esta irrecusable premisa como profesional de la historia, le hubiera sido fácil saber quién es Agustín Pallarés Padilla en su faceta de estudioso del pasado de Canarias, haya sido su competencia en tal menester buena o mala, repito; eso ya queda a criterio del lector.
De esa bibliografía que mi censor anónimo ha pasado por alto, en la que se da cuenta de mi actividad en estas lides, habría que citar en primer lugar por lógica elemental dada su relación directa con el trabajo de evaluación efectuado, a las llamadas en un principio Jornadas de Historia de Lanzarote y Fuerteventura y luego Jornadas de Estudios sobre Lanzarote y Fuerteventura, en todas las cuales he colaborado, cosa que, de haberlas tenido en cuenta, le hubiera dado fácil ocasión para tener una idea de mi persona como historiador...¡aficionado!. A éstas habría que añadir estas otras obras de mayor relevancia en este campo: la Historia general de las Islas Canarias, de Agustín Millares Torres, en su edición de 1977, tomo II, y la revista Almogarén de 1976. Luego, ya en último término, infinidad de artículos periodísticos –bastante más de cien– que llevo publicados en revistas o periódicos isleños, la mayor parte de ellos en el semanario LANCELOT de Arrecife, pero también en otras publicaciones locales y en diarios de Gran Canaria y de Tenerife, a lo que todavía cabría añadir un buen número de intervenciones en programas de radio y de televisión, actividades que de haberse preocupado más de sus funciones de historiador le hubieran facilitado mi identificación. Permítanme que sume a esto, por si pudiera interesarle al profesor como orientación, la amistad con que me honran no pocos catedráticos tanto de la Universidad de Las Palmas como de la de La Laguna.
Y ya, para poner punto final a este escrito de carácter reivindicativo, sin dejar de aceptar, por supuesto, los defectos que mi comunicación pueda contener, permítaseme atribuirle como contrapartida algo positivo. En este sentido, y sin ánimo de arrogarme con ello méritos por sistema, no creo exagerar si digo que bastaría sólo con la primicia que en ella se da con alcance extrainsular habida cuenta de la difusión de las ‘Jornadas’ que le sirven de soporte, sobre la localización del solar del castillo de Lanzaroto, de la que existen fundadas razones para pensar que se va en esto por buen camino, para justificar sin más su importancia documental y consiguiente publicación. Sentado esto, y pasando a un plano de inferior nivel investigativo, no deja también de tener su interés el análisis que hago del nombre del navegante genovés protagonista de esta historia en un intento de esclarecer su origen o etimología y determinar su forma auténtica, cuya tarea, que yo sepa, nunca se había llevado a cabo hasta ahora, consideración que habría que hacer extensiva al nombre aborigen de la isla. Pero de estos aspectos positivos no se hace en el dictamen de evaluación ni la más mínima mención.
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