[Publicado en el libro LETIMES el año 1995]
Lanzarote, la “Divina Escoria” –entendido el volcánico término en su más acendrada acepción, cual acrisolado producto de la fragua de Vulcano–, epíteto que en genial destello de inspiración le dedicara su predilecto hijo, de inmarcesible memoria, César Manrique, puede ser considerada en conjunto como un sorprendente y grandioso escaparate vulcanológico.
Durante su largo proceso de formación, de unos quince millones de años aproximadamente, producido a base de sucesivas emisiones magmáticas separadas entre sí por sendos intervalos de recesión erosiva, se consumó el moldeado de su actual morfología geológica.
Lanzarote es una isla privilegiada que ha sido dotada por la madre Naturaleza de sus más preciados dones: un clima ideal, extensas playas de fina y dorada arena o de acariciantes gránulos de un negro azabache, calor humano y el magnífico complemento de unos lugares de singular belleza y originalidad son sus más seguros avales turísticos ¡Qué decir de la maravilla de los Jameos del Agua con su laguna subterránea de límpidas y azulinas aguas, morada del singular y peregrino cangrejito de alba librea Munidopsis polymorpha; de la impresionante Cueva de los Verdes, antro fantástico de inverosímiles y cambiantes formas y colorido a lo largo de su trayecto, motivo de continuadas sorpresas; del Mirador del Río, balcón de célicas vastedades, donde el espíritu se embriaga de etéreos panoramas y los islotes de La Graciosa, Montaña Clara y Alegranza, adelantados del océano, alzan su relieve como gemas engastadas en el intenso azul del océano…! Pero sobre todo, y como culminación de tan extraordinario escenario, que decir ante la magia turbadora del infierno de Timanfaya, paraje ultraterrenal, donde el visitante ávido de paisajes inéditos encuentra la más variada gama de estructuras y materiales volcánicos, cuyas caprichosas formas y caótica disposición son un fiel trasunto del Apocalipsis bíblico.
Cuando en aquella aciaga noche del 1º de septiembre de 1730 las urgencias plutónicas rasgaron el vientre de la isla en descomunal fractura de más de 20 Km. de longitud, vertiendo a su través por múltiples bocas de emisión el magma ígneo que expandiéndose en incontenibles riadas de lava cubrió en negro sudario caseríos y cortijos, se comenzó a gestar el dantesco paisaje cuya contemplación habría de ser, menos de tres siglos más tarde, motivo de admiración y asombro para propios y extraños. Esta formidable conflagración volcánica mantuvo su devastadora actividad durante más de cinco años y medio, terminando por transfigurar una gran parte de la zona suroccidental de la isla, considerada entonces como de las más feraces de toda su geografía.
Las explosiones producidas por los volcanes, cuyo estruendo podía oírse claramente desde Gran Canaria y Tenerife, se entremezclaban con densísimas nubes de cenizas que sumían la isla en una oscuridad tan profunda como la de la noche, cubriendo la lluvia de estas ardientes arenas vastas extensiones de terreno cuyo ejemplo más notorio y conocido lo constituye en la actualidad el pintoresco paraje de La Geria.
Pero el lugar más inquietante y sobrecogedor de todo el territorio convulsionado por aquel colosal fenómeno eruptivo lo constituye al presente el Islote de Hilario, archiconocido mamelón, centro neurálgico del parque, donde aún es posible sentir el soterrado pálpito de Vulcano adormecido.
De los casi 200 Km2 que fueron afectados por las lavas y piroclastos arrojados por la treintena de volcanes surgidos durante la erupción, el Parque Nacional de Timanfaya no ocupa sino unos 51, superficie que se proyecta ampliar en un futuro próximo.
Por su reciente formación y estado virgen, el Parque Nacional de Timanfaya ofrece una topografía descarnada e impactante que infunde a quien lo contempla un instintivo sentimiento de desazón, producto sin duda de la conciencia de saberlo formado por tan pavorosa hecatombe telúrica apenas un par de siglos atrás, casi nada en términos de cronología geológica. Su solar es un enorme manto de negra lava, de figura triangular, de unos treinta y tantos quilómetros de perímetro, un tercio del cual está constituido por costas. En él se alzan como elementos descollantes las moles cónicas de sus volcanes, cuyos cráteres rojizos remedan monstruosas figuras goyescas con las fauces distendidas. A su vera pueden verse los típicos hornitos, que por su reducido tamaño parecen crías de volcán, los cuales muestran en íntegro esplendor la parte terminal de sus chimeneas, que se hunden en los abismos como insondables pozos de paredes achocolatadas. Son más abundantes y extensos los campos de escoria fragmentada, auténtico reto para el audaz caminante. Pero también los hay compuestos por abombados lastrones yuxtapuestos. Depositados sobre el suelo o al pie de las laderas de las montañas pueden observarse unos pedruscos o bloques pétreos redondeados, a veces bastante voluminosos, que reciben el poco tranquilizador nombre de bombas volcánicas. Sobre algunos terrenos eminentes o en el fondo de determinadas concavidades, espesas capas de lapillis tapizan el suelo.Y todo este conjunto de elementos geológicos, conjugados en polícroma armonía los tonos oscuros matizados de cambiantes rojos y ocres de la lava y demás estructuras volcánicas con el abigarrado colorido de la abundante población liquénica que cubre las rocas, da como resultado en la grandiosa desolación apocalíptica del parque, un panorama de irreal belleza, algo así como si el espectador hubiera transmigrado por arte de magia a un planeta de otra galaxia.
Pero no se crea que esta naturaleza geológica por excelencia del parque implica escasez, ni mucho menos ausencia de vida, sea vegetal o animal. Ya se ha hablado de la gran cantidad de líquenes, esas plantículas primarias que cubren las rocas como manchas de pintura o mostrando, todo lo más, unas pequeñas hojuelas o filamentos coriáceos, de las que se llevan catalogadas hasta ahora cerca de doscientas especies diferentes. No mucho menor es el número de las correspondientes a plantas vasculares que han ido colonizando poco a poco los pequeños reductos que han acumulado algo de tierra vegetal. Entre estas plantas más evolucionadas merece especial mención, por lo paradójico de su presencia en terrenos aparentemente tan secos y calcinados, el junco (Juncos acutus), pues se trata, como es bien sabido, de una planta propia de lugares pantanosos o cuando menos de humedales; pero no se olvide el gran poder higroscópico del lapilli…
Muchas de estas plantas superiores son joyas de la flora canaria, entre las que no podían faltar, como es lógico, algunos endemismos de Lanzarote, como la ‘lengua (de) vaca’ (Echium pitardii), de bellas flores acampanadas de color azul; o la ‘tojia’ (Odontospermum intermedium), una compuesta de grandes flores amarillentas y hojas aterciopeladas, e incluso uno casi privativo de esta zona de la isla, el ‘saladillo’ (Polycarpaea robusta), verdadero orgullo botánico del parque.
La fauna incluye asimismo especies muy interesantes. Solamente entre las aves nidificantes se han contabilizado cerca de una veintena de ellas. La familia de las proceláridas, aves eminentemente pelágicas, se halla representada por varias especies, entre las que descuella por su número y corpulencia la popular pardela (Calonectris diomedea). No menos interesante es el ‘guirre’ (Neophron percnopterus), el ave nidificante de mayor tamaño en la isla, que mereció del maestro de ornitólogos, el llorado Félix Rodríguez de la Fuente, el sobrenombre de ‘buitre sabio’ por la facultad que ha desarrollado de coger con el pico una piedra y utilizarla como herramienta percusora con que romper huevos de avestruz. Esta ave, otrora tan abundante en Lanzarote, ha quedado reducida a sólo unas dos o tres parejas, una de las cuales ha sentado sus reales en el parque, siendo objeto de máxima protección.Bajo sus infinitas piedras buscan refugio dos lacértidos muy comunes en la isla, la huidiza ‘regartija’ (Galotia atlantica) y el ‘perinquén’ o ‘rañoso’ (Tarentola angustimentalis), cuyo color puede variar entre un gris claro y un negro bastante acusado.
Entre los mamíferos ocupa lugar de honor el minúsculo ‘ratón trompudo’ (Crocidura canariensis), una especie de musarañita descubierta hace pocos años para la ciencia.
Cierra esta sumaria enumeración biológica de nuestro flamante parque nacional la enorme riqueza y variedad algal y de animales marinos que medran en la zona intermareal de su orla atlántica, tales como peces, crustáceos, moluscos y toda esa infinita variedad de animales pertenecientes a la escala inferior de seres vivientes propios de estos ambientes costeros.
Resumiendo podemos decir que lo que antaño fuera motivo de desolación, miseria y lágrimas constituye en la actualidad, con sus dantescos paisajes y demás atractivos naturales un lugar de admiración y asombro para cuantos lo visitan.
Lanzarote es una isla privilegiada que ha sido dotada por la madre Naturaleza de sus más preciados dones: un clima ideal, extensas playas de fina y dorada arena o de acariciantes gránulos de un negro azabache, calor humano y el magnífico complemento de unos lugares de singular belleza y originalidad son sus más seguros avales turísticos ¡Qué decir de la maravilla de los Jameos del Agua con su laguna subterránea de límpidas y azulinas aguas, morada del singular y peregrino cangrejito de alba librea Munidopsis polymorpha; de la impresionante Cueva de los Verdes, antro fantástico de inverosímiles y cambiantes formas y colorido a lo largo de su trayecto, motivo de continuadas sorpresas; del Mirador del Río, balcón de célicas vastedades, donde el espíritu se embriaga de etéreos panoramas y los islotes de La Graciosa, Montaña Clara y Alegranza, adelantados del océano, alzan su relieve como gemas engastadas en el intenso azul del océano…! Pero sobre todo, y como culminación de tan extraordinario escenario, que decir ante la magia turbadora del infierno de Timanfaya, paraje ultraterrenal, donde el visitante ávido de paisajes inéditos encuentra la más variada gama de estructuras y materiales volcánicos, cuyas caprichosas formas y caótica disposición son un fiel trasunto del Apocalipsis bíblico.
Cuando en aquella aciaga noche del 1º de septiembre de 1730 las urgencias plutónicas rasgaron el vientre de la isla en descomunal fractura de más de 20 Km. de longitud, vertiendo a su través por múltiples bocas de emisión el magma ígneo que expandiéndose en incontenibles riadas de lava cubrió en negro sudario caseríos y cortijos, se comenzó a gestar el dantesco paisaje cuya contemplación habría de ser, menos de tres siglos más tarde, motivo de admiración y asombro para propios y extraños. Esta formidable conflagración volcánica mantuvo su devastadora actividad durante más de cinco años y medio, terminando por transfigurar una gran parte de la zona suroccidental de la isla, considerada entonces como de las más feraces de toda su geografía.
Las explosiones producidas por los volcanes, cuyo estruendo podía oírse claramente desde Gran Canaria y Tenerife, se entremezclaban con densísimas nubes de cenizas que sumían la isla en una oscuridad tan profunda como la de la noche, cubriendo la lluvia de estas ardientes arenas vastas extensiones de terreno cuyo ejemplo más notorio y conocido lo constituye en la actualidad el pintoresco paraje de La Geria.
Pero el lugar más inquietante y sobrecogedor de todo el territorio convulsionado por aquel colosal fenómeno eruptivo lo constituye al presente el Islote de Hilario, archiconocido mamelón, centro neurálgico del parque, donde aún es posible sentir el soterrado pálpito de Vulcano adormecido.
De los casi 200 Km2 que fueron afectados por las lavas y piroclastos arrojados por la treintena de volcanes surgidos durante la erupción, el Parque Nacional de Timanfaya no ocupa sino unos 51, superficie que se proyecta ampliar en un futuro próximo.
Por su reciente formación y estado virgen, el Parque Nacional de Timanfaya ofrece una topografía descarnada e impactante que infunde a quien lo contempla un instintivo sentimiento de desazón, producto sin duda de la conciencia de saberlo formado por tan pavorosa hecatombe telúrica apenas un par de siglos atrás, casi nada en términos de cronología geológica. Su solar es un enorme manto de negra lava, de figura triangular, de unos treinta y tantos quilómetros de perímetro, un tercio del cual está constituido por costas. En él se alzan como elementos descollantes las moles cónicas de sus volcanes, cuyos cráteres rojizos remedan monstruosas figuras goyescas con las fauces distendidas. A su vera pueden verse los típicos hornitos, que por su reducido tamaño parecen crías de volcán, los cuales muestran en íntegro esplendor la parte terminal de sus chimeneas, que se hunden en los abismos como insondables pozos de paredes achocolatadas. Son más abundantes y extensos los campos de escoria fragmentada, auténtico reto para el audaz caminante. Pero también los hay compuestos por abombados lastrones yuxtapuestos. Depositados sobre el suelo o al pie de las laderas de las montañas pueden observarse unos pedruscos o bloques pétreos redondeados, a veces bastante voluminosos, que reciben el poco tranquilizador nombre de bombas volcánicas. Sobre algunos terrenos eminentes o en el fondo de determinadas concavidades, espesas capas de lapillis tapizan el suelo.Y todo este conjunto de elementos geológicos, conjugados en polícroma armonía los tonos oscuros matizados de cambiantes rojos y ocres de la lava y demás estructuras volcánicas con el abigarrado colorido de la abundante población liquénica que cubre las rocas, da como resultado en la grandiosa desolación apocalíptica del parque, un panorama de irreal belleza, algo así como si el espectador hubiera transmigrado por arte de magia a un planeta de otra galaxia.
Pero no se crea que esta naturaleza geológica por excelencia del parque implica escasez, ni mucho menos ausencia de vida, sea vegetal o animal. Ya se ha hablado de la gran cantidad de líquenes, esas plantículas primarias que cubren las rocas como manchas de pintura o mostrando, todo lo más, unas pequeñas hojuelas o filamentos coriáceos, de las que se llevan catalogadas hasta ahora cerca de doscientas especies diferentes. No mucho menor es el número de las correspondientes a plantas vasculares que han ido colonizando poco a poco los pequeños reductos que han acumulado algo de tierra vegetal. Entre estas plantas más evolucionadas merece especial mención, por lo paradójico de su presencia en terrenos aparentemente tan secos y calcinados, el junco (Juncos acutus), pues se trata, como es bien sabido, de una planta propia de lugares pantanosos o cuando menos de humedales; pero no se olvide el gran poder higroscópico del lapilli…
Muchas de estas plantas superiores son joyas de la flora canaria, entre las que no podían faltar, como es lógico, algunos endemismos de Lanzarote, como la ‘lengua (de) vaca’ (Echium pitardii), de bellas flores acampanadas de color azul; o la ‘tojia’ (Odontospermum intermedium), una compuesta de grandes flores amarillentas y hojas aterciopeladas, e incluso uno casi privativo de esta zona de la isla, el ‘saladillo’ (Polycarpaea robusta), verdadero orgullo botánico del parque.
La fauna incluye asimismo especies muy interesantes. Solamente entre las aves nidificantes se han contabilizado cerca de una veintena de ellas. La familia de las proceláridas, aves eminentemente pelágicas, se halla representada por varias especies, entre las que descuella por su número y corpulencia la popular pardela (Calonectris diomedea). No menos interesante es el ‘guirre’ (Neophron percnopterus), el ave nidificante de mayor tamaño en la isla, que mereció del maestro de ornitólogos, el llorado Félix Rodríguez de la Fuente, el sobrenombre de ‘buitre sabio’ por la facultad que ha desarrollado de coger con el pico una piedra y utilizarla como herramienta percusora con que romper huevos de avestruz. Esta ave, otrora tan abundante en Lanzarote, ha quedado reducida a sólo unas dos o tres parejas, una de las cuales ha sentado sus reales en el parque, siendo objeto de máxima protección.Bajo sus infinitas piedras buscan refugio dos lacértidos muy comunes en la isla, la huidiza ‘regartija’ (Galotia atlantica) y el ‘perinquén’ o ‘rañoso’ (Tarentola angustimentalis), cuyo color puede variar entre un gris claro y un negro bastante acusado.
Entre los mamíferos ocupa lugar de honor el minúsculo ‘ratón trompudo’ (Crocidura canariensis), una especie de musarañita descubierta hace pocos años para la ciencia.
Cierra esta sumaria enumeración biológica de nuestro flamante parque nacional la enorme riqueza y variedad algal y de animales marinos que medran en la zona intermareal de su orla atlántica, tales como peces, crustáceos, moluscos y toda esa infinita variedad de animales pertenecientes a la escala inferior de seres vivientes propios de estos ambientes costeros.
Resumiendo podemos decir que lo que antaño fuera motivo de desolación, miseria y lágrimas constituye en la actualidad, con sus dantescos paisajes y demás atractivos naturales un lugar de admiración y asombro para cuantos lo visitan.
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