Por agustín Pallarés Padilla
(LANCELOT, 16-II-2001)
Voy a hablar hoy de la garcilla bueyera, esa incómoda inquilina de nuestro Parque Municipal por la gran cantidad de suciedad que produce con sus abundantes excrementos y el deterioro que causa a los árboles en los que se ha instalado de forma intrusa.
Pero con ser importante la denuncia de estos hechos no va a ir en esta dirección el presente escrito, sino que va a estar dedicado a ofrecer al lector interesado en los temas de nuestra naturaleza algunos datos básicos de las costumbres y características de tan bulliciosos e incordiantes volátiles.
Cómo es el ave no hace falta explicarlo, pues ahí la tenemos exhibiendo a diario su gentil cuerpo en pleno corazón de la ciudad, a la vista de todos, haciendo equilibrismo entre el ramaje de los árboles del parque y siendo objeto de curiosidad por parte de los turistas, que no dejan de plasmar su existencia en continuas fotografías. Si acaso, podría decirse que el plumaje casi blanco, muy tenuemente matizado de amarillo, que presentan durante la mayor parte del año, se adorna en la época nupcial o de reproducción con algunas zonas canelosas, especialmente en los machos, y que el pico y las patas, normalmente amarillentos, se vuelven en dicha época algo rojizos.
Tampoco hay mucho que aclarar sobre su voz. Nada novedoso se puede añadir a los ásperos graznidos a los que nos tienen acostumbrados a cuantos transitamos por el parque y sus aledaños.
La garcilla bueyera, que este es su nombre castellano más extendido, es así llamada por tener la costumbre de posarse sobre el ganado bovino y otros rumiantes domésticos en nuestra nación y resto de Europa, y sobre otros muchos mamíferos salvajes en África y otros continentes para comerse los parásitos que viven en la piel de estos animales, que para las garcillas son auténticas golosinas.
También es frecuente verlas siguiendo a los grandes mamíferos para ir apresando los insectos que van levantando en su pesado deambular por el campo mientras pastan, llegando incluso a ir detrás de los tractores con la misma finalidad.
Pero no se piense que su dieta se reduce exclusivamente a estos insectos. Comen en realidad otras muchas clases de animalillos, como puedan ser cangrejos y camaroncillos o quisquillas de los charcos, pequeños peces encontrados también en las pozas de la orilla del mar, lagartijas y ‘perinquenes’ (nombre que damos aquí a las salamanquesas) si se ponen a tiro, así como ratones y otros animales no muy grandes.
En un reportaje televisivo dedicado a estas aves de hace un par de años se pudo ver a un ejemplar adulto de garcilla bueyera mientras merodeaba y realizaba rápidas incursiones en una colonia de golondrinas de mar que se hallaban criando. (La golondrina de mar es el ave que aquí llamamos ‘garajao’, una avecilla de color blanco que suele verse en Puerto Naos y otros recintos portuarios de nuestro litoral, lanzándose en picado como dardos al agua para coger sus pequeñas presas). Pues bien, tan pronto como una de las parejas de ‘garajaos’ se descuidó y dejó solo a uno de los polluelos, la garcilla bueyera se lanzó sobre él rauda como una flecha y atenazándolo con el pico comenzó a engullirlo avidamente, pareciendo imposible que le cupiera por el gaznate, hasta hacerlo, sin embargo, desaparecer por sus fauces mientras la pobre cría se debatía indefensa en un desesperado intento por escapar de su aprehensor.
Hasta el nombre científico de la garcilla bueyera, ‘bubulcus ibis’, que en latín significa ‘el ibis de las vacas’, resulta algo malsonante.
El origen de esta garza se localiza en el África central. De allí se ha ido expandiendo poco a poco hasta ocupar los cinco continentes, por lo que en la actualidad es considerada un ave cosmopolita.
Sus costumbres reproductivas son las siguientes: Anidan en primavera, siendo la puesta más corriente de cuatro a cinco huevos, que son de color azul pálido y del tamaño de un huevo de gallina pequeño. A las tres semanas o poco más sale el pollo del huevo. Al cabo de dos o tres semanas de nacidas han crecido tanto las crías que no caben todas en el nido y se salen de él, esperando a sus padres encaramadas en las ramas próximas a que les traigan la comida. Un mes más tarde ya los siguen y aprenden con ellos las técnicas de agenciarse el alimento, y poco después se independizan totalmente de sus progenitores.
Como se ha visto, no sólo que la garcilla bueyera no se encuentra, ni mucho menos, en trance de extinción sino que, por el contrario, se expande territorialmente por todo el planeta, cada vez más, por lo que en un futuro no muy lejano habrá que arbitrar severas medidas para estabilizar su población, sobre todo cuando se instalan en las ciudades, como ocurre en Arrecife.
También las garzas tienen derecho a vivir, pero que lo hagan en lugares naturales y dejen las ciudades y sus sitios de esparcimiento a los ciudadanos que deseen gozar tranquilamente de ellos.
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