Por agustín Pallarés Padilla
Publicado en la revista EL MUSEO CANARIO, LXIV-2009
En este escrito pretendo demostrar que las Canarias se poblaron en los primeros siglos de la era de una sola vez con bereberes procedentes de la zona montañosa del Atlas traídos a ellas por los romanos, con gran probabilidad por mandato del emperador Trajano, quien, como es sabido, reinó entre el 98 y el 117 d.C., y no, en contra de la opinión sustentada hasta no hace muchos años por la comunidad científica, de varias arribadas separadas en el tiempo, a la más antigua de las cuales se le atribuía una fecha muy anterior al nacimiento de Cristo.
En realidad no se trata de una teoría de nuevo cuño. La di a conocer por primera vez nada menos que en 1975, cuando aplicar tan tardía fecha al poblamiento de las Canarias era visto para la mayoría de los entendidos en estos temas poco menos que como un dislate historiográfico. Vio entonces la luz en el diario La Provincia de Las Palmas con el título <<Cómo y cuándo se poblaron las Islas Canarias>>, repartida entre los días 31 de marzo y 1, 2, 3, 4 y 5 de abril de dicho año. Se publicó de nuevo al año siguiente, bajo el título de <<Nueva teoría sobre el poblamiento de las Islas Canarias>> en la revista austriaca Almogaren, y finalmente volví a dar a la publicidad una nueva refundición de la misma en las ‘IV Jornadas de estudios sobre Lanzarote y Fuerteventura’, celebradas en el año 1995 bajo el patrocinio del Cabildo de Lanzarote.
Con su publicación ahora en esta prestigiosa revista de El Museo Canario espero que alcance la suficiente divulgación para ser evaluada en su justa medida tanto por autorizados profesionales en la materia como por el público culto interesado en estos temas del pasado de nuestras islas, pues han tenido que transcurrir esas tres décadas largas para que, al compás de los avances registrados por las ciencias arqueológicas e historiográficas en conocimientos y capacidad resolutiva, no sólo tan reciente cronología del poblamiento no despierte ningún reparo o rechazo, sino que, antes al contrario, sea aceptada por destacadas autoridades en la prehistoria canaria como perfectamente plausible y realizable de una sola vez, y sin ninguna objeción, por supuesto, en lo respectivo a la naturaleza bereber de sus componentes humanos.
Como acabo de apuntar, hasta no hace muchos años se atribuía una cronología al poblamiento prehistórico de las Islas Canarias que lo consideraba como llevado a cabo en su primera arribada –pues se suponía que se habían producido varias espaciadas en el tiempo– nada menos que en el Neolítico pleno, es decir, hace unos buenos miles de años, rebajándose paulatinamente esa primera arribada –que es la que importa como definidora del poblamiento en sentido estricto– por los distintos autores que la iban estudiando, hasta llegarse a la fecha que aquí preconizo en torno al inicio de la era.
Esa fecha neolítica tan remota la basaban, los que tal sostenían, en determinadas características de las sociedades desarrolladas en las islas, como fueron el desconocimiento de los metales, la habitación en cuevas, los vestidos confeccionados con cueros, los toscos útiles de piedra empleados, la fabricación de una cerámica rústica o poco refinada, etc., sin parar mientes en la extrema inconsistencia de tal planteamiento, pues el que no se beneficiaran de los metales era consecuencia lógica de la inexistencia de los mismos en las islas; las viviendas en cuevas –que por otra parte no eran las únicas que se utilizaban, pues las había además artificiales de variadas tipologías– se usaron en el África bereber hasta bien rebasado el comienzo de la era, especialmente en los valles recónditos de las cordilleras del Atlas, de donde precisamente se presupone mayoritariamente que procedían los isleños, ocurriendo otro tanto con los vestidos de pieles y demás útiles y prácticas que pudieran hacer pensar en rasgos propios del Neolítico.
A esa fecha más antigua siguieron otras que iban acortando cada vez más el momento en que se pensaba que el poblamiento primigenio se había producido, hasta llegarse a unos mil años a.C., cambiándose el orden y las fechas de las distintas arribadas que la habían seguido a criterio siempre de cada autor, para lo cual se valía de razonamientos que, en su opinión, las hacían coincidir con nuevos rasgos o bienes culturales que iban apareciendo, o bien se apoyaba en nuevas interpretaciones de los datos ya conocidos.
Fueron luego los investigadores franceses Lionel Balout y Gabriel Camps quienes llamaron la atención a la comunidad científica canaria sobre unos ritos que habían estado practicando los bereberes del noroeste africano y sus antecesores desde miles de años atrás, cuya extinción con la influencia de la aculturación púnica y la romana delimitaba la fecha del poblamiento a finales de la protohistoria, es decir, a un par de siglos a.C. como máximo. Eran estos ritos la avulsión dentaria y el llamado rojo funerario con que se teñían los huesos de los cadáveres.
La avulsión dentaria era un rito muy extendido en las poblaciones del norte de África, consistente en la extracción de algunas piezas dentales a los cadáveres. Puesto que en ningún cráneo guanche –aplicado este gentilicio a los primitivos habitantes de todas las islas– se han encontrado pruebas de tal costumbre, la conclusión lógica a que se llega es que los africanos tuvieron que haber pasado a las islas después de extinguida entre ellos esa costumbre, con lo que el poblamiento había que rebajarlo a unos dos siglos, o quizás menos, antes del comienzo de la era.
Otro tanto se puede decir con respecto al coloreado de los huesos de los esqueletos con almagre. Como tampoco se han encontrado esqueletos en Canarias tratados con el rojo del almagre, pese a tratarse de un producto bien conocido y abundante en las islas, la cronología asignable a la llegada de los africanos es la misma, grosso modo, que para el caso anterior.
Otro argumento que acortaba aún más la fecha del poblamiento era la forma en que se colocaban los cadáveres al enterrarlos. De la vieja costumbre de colocarlos en posición de decúbito lateral flexionado se pasó en la romanización a la de decúbito dorsal o supino. Al hallarse la mayoría de los cadáveres encontrados en Canarias en la posición moderna de decúbito dorsal, en tanto que la antigua, la de decúbito lateral, la adoptaban sólo unos cuantos casos en La Gomera y en Tenerife, la conclusión lógica no puede ser otra que cuando aquellas gentes transmigraron al archipiélago el modo de inhumación se hallaba ya en un avanzado estado de evolución de un estilo a otro, o sea, ya bien entrada la romanización, lo que puede significar incluso ya dentro de la era.
Lo mismo, o aún más, en cuanto al acortamiento de la fecha del poblamiento respecta, cabe decir sobre el molino de mano giratorio. Este útil, tan extendido en las islas prehispánicas como en el África noroccidental de procedencia, fue introducido en aquellos territorios continentales, según opinión generalizada entre los expertos en estos temas etnográficos, en plena romanización, una vez aquella región había sido constituida en provincia ultramarina del imperio con el nombre de Mauritania.
Todo esto demuestra que el poblamiento tuvo que haberse llevado a cabo en la fecha tardía que aquí se propugna.
LAS FUENTES ESCRITAS Y SU INCIDENCIA EN LA DILUCIDACIÓN DEL POBLAMIENTO
Un fallo o defecto de que ha adolecido el estudio de la prehistoria canaria es la desatención casi absoluta de que han sido objeto las fuentes escritas como documentos válidos para dilucidar el problema del poblamiento de nuestro archipiélago. Bien es cierto que el estudio de la prehistoria se fundamenta basicamente en la arqueología, pero al ser la prehistoria canaria una prehistoria atípica al quedar inscrita en la historia de los pueblos de la época, de su inicio, es decir, del hecho de su poblamiento, han llegado hasta nosotros algunos documentos escritos antiguos que pese a la natural alteración sufrida en su contenido con el paso del tiempo, conservan no obstante en mi opinión un indudable fondo de veracidad histórica de vital importancia para ayudar a su resolución. Entre ellos descuellan el conocido texto de Juba-Plinio y, de manera especial, el denostado episodio conocido despectivamente en la bibliografía oficial como la <<leyenda de los deslenguados>>, ya que el mismo, lejos de tratarse, como se pretende, de una burda leyenda, tiene todas las trazas de ser un documento de primer orden que narra a grandes rasgos cuándo y cómo ocurrió tan trascendental evento para la historia de Canarias.
Vayamos en primer lugar, dada su prioridad cronológica, con el texto de Juba. Este documento destaca dentro de la bibliografía referente al pasado de Canarias por ser el escrito más antiguo que hace referencia de forma segura e incontestable a nuestro archipiélago. Resulta de otra parte una valiosa pieza documental al tener la facultad de fijar una fecha ante quem de su poblamiento. Se trata, como es de conocimiento general, de un extracto muy resumido de la Historia general de Juba II de Mauritania, rey subsidiario de Roma en el dominio de ese territorio entre 25 a.C. y 23 d.C. en que reinó, referido a las Islas Afortunadas, como entonces eran conocidas las Canarias, en cuya obra figuraba escrito en griego, que luego fue traducido al latín por Plinio el Viejo, mediante el cual ha llegado a conocimiento actual. Su contenido, en lo que interesa al tema que aquí se está tratando, es el siguiente:
La primera isla se llama Ombrios, sin vestigios de edificios, que tiene en las montañas una charca. La segunda isla se llama Junonia y en ella sólo hay un templete erigido en piedra. Cercana a ésta hay otra isla del mismo nombre, pero menor. Luego está Capraria, llena de grandes lagartos. A la vista de ellas está Nivaria, cubierta siempre de nieblas, y que tomó su nombre de las nieves perpetuas. Muy cerca de ésta está Canaria, así llamada por la muchedumbre de perros de gran tamaño, de los que se llevaron dos a Juba, y en la que hay vestigios de edificios.
Lo que nos interesa de este documento para efectos de la teoría que aquí se propone es saber, por lo que en él se dice, si las islas estaban, cuando esta expedición las reconoció, habitadas o no.
Sobre este crucial aspecto de la cuestión hay una encontrada división de opiniones: de un lado los que están plenamente convencidos de que estaban entonces habitadas, para lo cual se apoyan en principio en los vestigios de edificios vistos en Canaria y el templete en Junonia Mayor; y de otro los que niegan de forma tajante y rotunda tal posibilidad. En este segundo bando me alineo yo con total convicción. En efecto, aunque el documento no se pronuncie de forma expresa o directa sobre esta circunstancia del poblamiento, de su lectura puede inferirse con suficiente claridad que el archipiélago no tenía entonces población humana alguna, es decir, que antes de realizarse este viaje a las islas las mismas no estaban aún pobladas.
Pienso que los que opinan que se hallaban habitadas fundamentan tal criterio, más que en la existencia de esos restos de construcciones humanas encontrados en ellas, en partir a priori llevados del prejuicio basado en otras razones ajenas a lo que en el propio texto se dice, de que ya entonces el archipiélago se hallaba poblado, pues, en verdad, cuesta trabajo creer que sólo un templete de piedra en toda una isla y unos simples vestigios o restos de edificios en otra, puedan tomarse como argumentos suficientemente sólidos como para sostener tal opinión.
Bien al contrario, contemplada la cuestión con la debida ponderación y objetividad, la impresión que se obtiene tras la lectura del escrito es la de tratarse de unas tierras totalmente abandonadas a la naturaleza. El hallarse Capraria llena de grandes lagartos y existir tal muchedumbre de perros en Canaria parecen condiciones incompatibles con la presencia humana a escala de poblamiento generalizado.
Considero además pertinente, con respecto al dato de los <<vestigios de edificios>> que tanto ha servido para polemizar sobre el estado de poblamiento de las islas, hacer las siguientes precisiones: Que el significado correcto de la palabra ‘vestigio’, tanto en latín, al que Plinio tradujo el texto, como en las lenguas que de él lo han tomado, es el de ‘huella, señal o resto que queda de algo preexistente’, y nunca el de ‘pocas unidades de un conjunto de cosas que fue más abundante con anterioridad’. En consecuencia, lo que los comisionados de Juba encontraron en Canaria no pudo ser un número reducido de edificios completos habitables sino, en todo caso, ruinas de casas o chozas, restos de cimientos de las mismas seguramente, no pudiendo significar de ningún modo tales restos que hubiera gente en la isla usándolas como viviendas, sino que en un pasado, seguramente lejano dado el estado residual en que tales construcciones se encontraban, habían permanecido en ella, durante un determinado tiempo, algunas personas.
Se ha esgrimido, por otra parte, el argumento de que los expedicionarios de Juba se limitaron a reconocer sólo algunos puntos del litoral de las islas, sin adentrarse en ellas, amparándose en tal subterfugio, para justificar el no haber podido verse gente de haberla habido. Esto no tiene sentido. Si Juba organizó una expedición para explorar el archipiélago, lo lógico es que se recorrieran las islas por el interior para comprobar las posibilidades naturales que ofrecían. Además, el haberse visto una charca en las montañas de Ombrios; sólo un templete en Junonia Mayor; hallarse Capraria llena de grandes lagartos; las nieves perpetuas de Nivaria, y la muchedumbre de perros en Canaria, son argumentos que confirman un recorrido a lo largo y ancho de cada una de las islas.
Llama la atención, de todas maneras, que tratándose de un dato tan importante, en dicho texto no se haga alusión expresa a la existencia de habitantes en las islas. Tal silencio, bien mirado, podría constituir un argumento más a favor precisamente de que entonces se hallaban despobladas, ya que al tratarse tal hecho, con toda probabilidad, de notorio conocimiento en aquella época para los romanos, resultaba superfluo consignarlo. Parece, por otra parte, totalmente ilógico que de haber habido población humana en las islas, se halla dejado de comentar tan relevante dato en el escrito.
Pasemos ahora a tratar la mal llamada <<leyenda de los deslenguados>>, el episodio clave, de indudable carácter histórico a mi juicio, que da cuenta, en coherencia con los conocimientos alcanzados sobre la prehistoria canaria, de cómo y cuándo se produjo el poblamiento de nuestras islas.
Ocurre, incomprensiblemente, que no obstante su claro valor histórico, los prehistoriadores oficiales le niegan todo valor documental, denominándolo, un tanto despectivamente, como acabo de decir, la <<leyenda de los deslenguados>>. Mas lo cierto es que, contemplada la noticia con objetividad y contrastados los datos que contiene, tomando como base los conocimientos alcanzados por la investigación más actualizada, no se puede menos que llegar a la conclusión de que, lejos de tratarse de una simple leyenda o una fabulación amañada como se ha pretendido, constituye, por el contrario, un documento de un valor histórico excepcional en la explicación del poblamiento de nuestras islas.
Un argumento que puede ser en cierto modo considerado como aval de la autenticidad histórica del episodio narrado en esta noticia es el amplio eco que alcanzó entre los viejos cronistas del pasado, hasta el punto de que practicamente todos ellos le dan cabida en sus páginas. Es cierto que la mayoría de esos autores lo presentan con interpretaciones contradictorias en determinados aspectos, pero esas diferencias son, sin embargo, secundarias y no afectan para nada al fondo de veracidad histórica que encierra. Tales variaciones obedecerán, seguramente, a haber sido recogida la noticia de la oralidad, o más bien, quizás, de la tradición literaria algo desvirtuada por efecto del alterador paso del tiempo. No obstante, hay dos autores que la dan con notable coherencia histórica, de acuerdo a lo que del pasado de las islas se sabe, que son Abreu Galindo, en su obra conocida Historia de las siete islas de Canaria, del que sabemos por propia confesión que la obtuvo de un libro muy antiguo escrito en latín, y Gaspar Frutuoso en su Saudades da terra, en la que aporta datos complementarios muy valiosos y la expone con un detallismo tal que da pie para pensar que la tomara asimismo de alguna fuente literaria.
Veamos un extracto de los pasajes de esas dos obras en que se da la noticia con mayor pormenorización y detalles. Abreu Galindo dice:
Dejadas alteraciones y opiniones que acerca de la venida de los naturales de estas islas hay, la más verdadera es que los primeros que vinieron fueron de África, de la provincia llamada Mauritania, de quien estas islas son comarcanas, al tiempo de la gentilidad, después del nacimiento de Jesucristo. En la librería que la catedral de Santa Ana de Las Palmas tenía estaba un libro grande sin principio ni fin, muy estragado, en el cual, tratando de los romanos, decía que teniendo Roma sujeta la provincia de África, se rebelaron los africanos y mataron los legados y presidios que estaban en la provincia de Mauritania; y que sabida la nueva de la rebelión en Roma, enviaron contra los delincuentes grande y poderoso ejército, y tornáronla a sujetar. Y porque el delito cometido no quedase sin castigo tomaron todos los que habían sido caudillos principales de la rebelión y cortáronles las cabezas; y a los demás, que no se les hallaba culpa más de haber seguido el común, les cortaron las lenguas. Y así cortadas las lenguas, hombres y mujeres e hijos los metieron en navíos con algún proveimiento, y pasándolos a estas islas los dejaron con algunas cabras y ovejas para su sustentación. Y así quedaron estos gentiles africanos en estas siete islas, que se hallaron pobladas.
Este importantísimo libro perdido, que ha sido denominado en los ambientes bibliográficos con el apelativo de <<el códice mútilo>>, debió de ser muy antiguo y extenso dado que trataba, entre otras cosas, de los romanos.
Gaspar Frutuoso, por su parte, expone, luego de citar otros presupuestos de poblamiento poco creíbles que circulaban por las islas:
Otros afirman que estas islas de Canaria fueron en tiempos de Trajano pobladas por su mandato. Al cual le fue dicho que había una cierta nación de gente belicosa cerca de su imperio o quizás súbditos suyos, los cuales, por ser montañeses, peleaban a pie esforzadamente, y que tenidos en su ejército se podría lograr con ellos una gran victoria, pero que recelaban que usaran de su mala inclinación de echarse atrás, como dicen que hacen algunos alemanes, yéndose para quien más les pague, aunque fuera en el momento de vencer, por lo que se habían causado ya muy notables daños en los ejércitos de algunos de sus antecesores. Sabido esto por Trajano ordenó a sus capitanes que a todos matasen, reservando vivos sólo a los viejos, las mujeres y los niños, y cortadas las lenguas los llevaran en navíos, dando instrucciones de que entrados en el océano navegaran no muy lejos de la costa de África derechos al sudoeste, y que a ciertos grados hallarían las siete islas Afortunadas, repartiendo en cada isla cierto número de ellos.
Con relación a estas noticias de Abre Galindo y Gaspar Frutuso sobre el poblamiento de Canarias, resulta muy interesante la que ofrece a su vez el cosmógrafo francés André Thevet en un Insulario compuesto por él que incluye a nuestras islas, en el que dice:
Estando en África escuché de un trujamán que las Islas Canarias fueron descubiertas por un rey llamado Ursembalon, quien al enviar algunos navíos para traficar con sus vecinos, sobrevino una tempestad que los condujo hasta esta tierra, que llaman Elbard a causa de una montaña que está en nuestro Tenerife, la que llamamos el Pico. Al regresar dichos navíos al rey y contarle su descubrimiento, este envió gente para poblarlas, esperando sacar algún provecho. Sin embargo, el primero que las descubrió para saber qué eran fue un antiguo rey de Fez, llamado Juba, que no encontró lo que se decía y, si creemos a Plinio en su ‘Historia Natural’ no vieron otra cosa que dogos y cabras.
El valor testimonial de este texto reside en el hecho de coincidir con Abreu Galindo y Frutuoso en colocar el poblamiento de las islas con posterioridad a la expedición exploratoria organizada por Juba –lo que prueba una vez más que las islas estaban efectivamente despobladas– y en haber sido llevado a cabo el poblamiento por un rey distinto al mauritano, que muy bien pudo haber sido Trajano, cambiado el nombre aquí, vaya uno a saber por qué razón, en Unserbalon.
Otro testimonio documental de gran valor probatorio de la teoría del poblamiento aquí preconizada es la noticia contenida en el siguiente pasaje de Le Canarien al hablar de La Gomera:
Está habitada por mucha gente, que habla el lenguaje más extraño de todas las tierras de por aquí, y hablan con los bezos, como si no tuvieran lengua. Y aquí dicen que un gran príncipe, por algún crimen los hizo poner allí, y les hizo cortar la lengua; y según su manera de hablar se podría creer que es así.
Téngase en cuenta que se trata de una información recogida de viva voz por los franceses de la conquista, es decir, de boca de los propios gomeros prehispánicos, lo que le confiere un valor testimonial de primera magnitud y refuerza en alto grado la historicidad del episodio de los africanos traídos por los romanos a las islas, incluida la tan vilipendiosa cuestión del corte de las lenguas de que fueron objeto.
La noticia, como hemos visto, tiene ya de por sí un innegable valor documental, pero su autenticidad alcanza un alto grado de credibilidad al comprobarse que encaja grosso modo en el cuadro definitorio de la prehistoria canaria más actualizada y que no existe razonamiento alguno de peso de carácter científico o de cualquier otra índole que pueda invalidarla. En efecto, en ella se asevera que las islas estaban deshabitadas cuando los bereberes fueron traídos por los romanos; que el poblamiento se produjo después del nacimiento de Cristo, más concretamente cuando ya se había creado la provincia ultramarina de Mauritania, que lo fue, como es sabido, en el año 42 d.C., en tiempos del emperador Claudio, y antes de la instauración en Roma del cristianismo como religión oficial del imperio; que los pobladores eran bereberes procedentes de la zona montañosa del interior de la Mauritania de entonces, es decir, la región dominada por el Atlas, alejada por tanto del mar, lo cual lleva a la conclusión de que no podían conocer la navegación, como en realidad ocurría.
Que las islas estaban deshabitadas lo dice Abreu Galindo al principio y al final del pasaje de su obra transcrito con la frase: “Los primeros que a estas islas vinieron fueron de África”, más esta otra: “Así quedaron estos gentiles africanos en estas siete islas, que se hallaron pobladas”, en tanto que Gaspar Frutuoso lo manifiesta implicitamente, aunque de forma clara y palmaria, al principio de su texto con las palabras: “Otros afirman que estas islas de Canaria fueron en tiempos de Trajano pobladas”.
Tratemos de cotejar estas aseveraciones con lo que de la prehistoria canaria se tiene como reconocido a nivel oficial.
Ya hemos visto que según el texto de Juba-Plinio las probabilidades de que esto fuera así son abrumadoras, por no decir concluyentes.
En lo que concierne a cuándo se produjo el poblamiento según la noticia de los deportados, Abreu Galindo lo sitúa “al tiempo de la gentilidad”, es decir, después del nacimiento de Cristo, o más concretamente a partir de la incorporación de la provincia ultramarina de Mauritania al imperio el 42 d.C. por obra del emperador Claudio, y antes de la instauración del cristianismo como religión oficial en el imperio romano, hecho que ocurrió, como es sabido, durante el reinado de Constantino el Grande (306-337), en tanto que Frutuoso lo hace coincidir más concretamente con el mandato de Trajano, o sea, entre el 98 y el 117 d.C.
OPINIÓN MÁS GENERALIZADA ENTRE LOS INVESTIGADORES MODERNOS SOBRE LA ÉPOCA DEL POBLAMIENTO
Veamos ahora la opinión de los prehistoriadores modernos sobre esta fecha del poblamiento. Hemos visto que, si bien en un principio asignaron a tal evento fechas excesivamente tempranas, en los últimos años la tendencia ha sido aceptar el periodo de tiempo de los siglos que giran en torno a la era que proponemos aquí como el más probable y plausible y, como estamos viendo, no sólo que hay razones para sostener tal postura, sino que no existe ningún argumento serio que pueda contraponérsele.
En lo que al origen bereber de los pobladores respecta, para la ciencia actual es una condición aceptada sin reservas. Dicho origen bereber de los guanches se halla avalado por las afinidades y paralelismos existentes entre los primitivos canarios y los pueblos del noroeste africano de esa etnia en el ámbito de la antropología física, la lingüística y la etnografía en general.
Los estudios sobre antropología física relativos a los dos pueblos implicados, el norteafricano de la zona del Atlas y el canario, ponen de manifiesto de forma clara la estrecha afinidad que los unía. En ambos dominaban de forma mayoritaria en número de individuos dos tipos raciales que se han dado en llamar cromañoides y protomediterráneos, a los que hay que añadir un tercero minoritario denominado orientálido o mediterráneo grácil.
Al decir de los antropólogos que han estudiado estos temas, los cromañoides de la época del poblamiento aquí preconizado eran los descendientes norteafricanos del tipo humano más antiguo o primero en llegar a esos territorios hace unos 13.000 años, donde desarrollaron la cultura llamada iberomauritana. Eran, al decir de los especialistas, de estructura ósea robusta, cara ancha y cráneo braquicéfalo, y en ellos parece que se daba una mayor incidencia de tipos rubios. Los protomediterráneos, por su parte, denominados también euroafricánidos, mediterráneos robustos o mediterranoides, se dice que llegaron a estos territorios norteafricanos unos 6.000 años después que los cromañoides, donde desarrollaron la cultura capsiense. A éstos se les atribuye una constitución corporal más estilizada, cara más alargada, facciones más finas y cráneo dolicocéfalo. Y, finalmente, los orientálidos o mediterráneos gráciles, como también se les llama, provendrían de los pueblos semitas, que parecen corresponder a los antiguos cananeos arribados a diferentes puntos de la costa septentrional de África unos 2.500 años a.C., de sus sucesores o descendientes los fenicios y de éstos, a su vez, los cartagineses o púnicos. Alcanzaban por lo general una menor corpulencia, y en ellos uno de los rasgos faciales más destacados era la pronunciada curvatura del dorso de la nariz.
Por supuesto que, como no podía ser menos, la mayor parte de los individuos que conformaban la población de estos territorios del noroeste africano, y con más razón aún los del archipiélago canario, mostraban diferentes rasgos físicos intermedios entre los prototipos expuestos, muy variables y difíciles de precisar, efecto del continuado cruzamiento habido entre ellos.
Con relación a la lengua hay que decir que son múltiples las analogías que se han podido detectar entre la que hablaban los bereberes de la época del poblamiento y las de los aborígenes canarios, hasta el extremo de darse por segura por los especialistas mejor impuestos en esta rama de la lingüística una indiscutible relación de parentesco entre ambas, no obstante lo cual existen profundas diferencias entre las continentales y las isleñas hasta el punto de ser muy difícil la traducción de una a la otra. Como justificante de esa dificultad traductiva deben representar un importante papel la distancia temporal de más de mil años que separaba a ambos grupos de hablas, las continentales –pues en el continente se han hablado de siempre diferentes variantes del bereber y sus lenguas ancestrales– y las canarias de cada isla, a lo que hay que añadir la natural evolución que durante esos largos siglos debieron sufrir todas ellas en sus respectivos ámbitos territoriales, sin olvidar el efecto alterador en la fonética que debió suponer la mutilación de un órgano tan necesario en la pronunciación como es la lengua, de que fueron objeto los desterrados.
Pasando finalmente a la etnografía comparada para tratar de confirmar la afinidad que pueda existir entre los dos pueblos en este aspecto de la cuestión cotejando sus elementos culturales, tanto de orden espiritual –como son la vida social, religión, creencias y costumbres en general– como los de naturaleza material, o viviendas y enseres domésticos, construcciones varias, vestimenta y adornos corporales, estilos de enterramientos, etc., se observa que las similitudes entre ambos pueblos, el africano y el isleño, son múltiples, sin que, por otra parte, haya ningún elemento cultural guanche que se pueda adscribir de forma incuestionable a otra cultura ajena a la bereber, pues si bien es cierto que en ocasiones se tiene la impresión de que tal cosa ocurre, examinado el caso con el debido detenimiento y atención se cae e la cuenta de que el elemento cultural en cuestión debió haber llegado a Canarias a través del tamiz bereber, es decir, que no tuvo necesidad de venir directamente de esa otra cultura, sino que de ella habría pasado a la bereber y de ésta a las islas.
LA CUESTIÓN DE LA MOMIFICACIÓN
Un caso un tanto enigmático en el campo del acervo cultural canario prehispánico, sin embargo, lo constituye la momificación, tan abundante en Gran Canaria y Tenerife, ya que tal costumbre funeraria no ha sido constatada en el África noroccidental ni en la época del paso de los ancestros de los guanches a las islas según la teoría que aquí se preconiza, ni en los siglos próximos. Sólo se han hallado algunos pocos casos distantes en el tiempo y realizados con técnicas muy inferiores a las practicadas en Canarias. Pero el hecho de que no se haya encontrado esta práctica funeraria en África noroccidental no puede significar que la misma no haya llegado a Canarias procedente de esos territorios, pues sería absurdo pensar lo contrario dados los abrumadores paralelismos que según se ha expuesto existen entre ambos pueblos confirmando su innegable interrelación cultural, por lo que hay que pensar que lo que ocurre es que aún no han sido encontradas momias en el Magreb, bien porque hayan desaparecido por expoliación –cosa verdaderamente difícil de aceptar– o porque se encuentren en cuevas de los valles más recónditos de aquellas montañas del Atlas, aún poco explorados.
Hay que tener en cuenta, además, que no se conoce ninguna otra zona o país circunvecino a las Canarias en que se llevara a cabo en aquellos tiempos esta práctica funeraria de tal forma que diera pie para atribuirle el origen de la misma, debiéndose descartar el Egipto faraónico por elementales razones de lejanía y técnicas tan diferenciadas a las de las islas.
No obstante, existe la opinión entre los entendidos en la prehistoria del norte de África de que la momificación debió de ser iniciada en esta parte septentrional del continente por un antiquísimo pueblo que ocupó unos miles de años antes de Cristo un amplio territorio donde ahora se extienden las arenas del desierto del Sáhara, el catalogado como perteneciente al periodo pastoril bovino. De acuerdo a los más acabados conocimientos sobre la prehistoria norteafricana, se piensa que tanto los protobereberes del noroeste del continente como los antiguos egipcios debieron de haber heredado la práctica de la momificación de ese pueblo antecesor común a ambos. En la época en que floreció ese pueblo, tal como lo atestiguan los grabados rupestres que dejaron, en los que se representan diversas escenas de su forma de vida, se hallaban aquellas tierras provistas de abundante vegetación y agua que las hacían perfectamente aptas para el desenvolvimiento de la vida humana. Pues bien, de esta prehistórica cultura se conoce al menos un caso de momificación encontrado en un yacimiento, el llamado de Um Umagiat (Akakus), que aunque muy elemental en su técnica se tiene como un lejano antecedente de la momificación que luego se extendió por el norte de África –Egipto y el Magreb– y que más tarde pasó a Canarias. De haber sido esta la procedencia de la momificación bereber, cae dentro de lo posible que tal práctica terminara al final por conservarse sólo en los lugares más recónditos de esta parte del continente, como es el caso de los reductos montañosos del Atlas al ser por su situación menos accesibles y de mucho más difícil aculturación por los pueblos que más tarde dejaron sentir su influencia en aquellos territorios, señaladamente los fenopúnicos y los romanos. Ello explicaría de un lado el porqué de la ignorancia de la momificación en aquellas partes de África por los escritores de la antigüedad clásica, y de otro el que no se haya encontrado hasta ahora ninguna momia dado lo recóndito de tales lugares, condicionantes negativos que se agudizarían por efecto del extremo secretismo en que, al igual que ocurrió en Canarias, debió de ser guardada la situación de las cuevas funerarias por sus usuarios.
Autores ha habido que se han planteado esta cuestión en los términos en que aquí la expongo. Tal es el caso de Olivia M. Stone, autora de la obra Tenerife and its six satellites, en la que hace un relato detallado de su viaje a Canarias en 1884. Dice esta escritora en la citada obra, después de hablar de la relación de los primitivos habitantes de las islas con los bereberes del noroeste africano, y ante la falta de hallazgos de casos de momificación entre sus ancestros continentales:
Parece muy probable que las momias deben existir, pero hasta que los rincones del Atlas no se exploren seguirán faltando las pruebas de este importante asunto. Sir J. D. Hooker y Mr. Ball –continúa explicando– mencionan en su obra ‘Marocco and the Great Atlas’ que cuando se metieron en un desfiladero conocido como Ain Tarsil, situado a unos 3.000 o 4.000 pies sobre el nivel del mar, vieron unas cuevas a unos cincuenta pies sobre sus cabezas que se abrían en las caras de los riscos, a las cuales consideraron cavidades naturales agrandadas por la mano del hombre, pues en aquellos sitios en que los bordes se hallaban rotos se habían arreglado por medio de bloques irregulares de piedra.
El aspecto más singular de estas viviendas –comentan dichos autores– es el hecho de que todas estaban en lo más alto del risco, donde la roca es casi vertical, en una posición que ahora no puede ser alcanzada sin una escalera o cualquier otra ayuda artificial. A lo que se lleva dicho añaden que los moros consideran a estos y a cualquier otro resto antiguo como ‘cristianos’, y que las historias de tesoros escondidos hacen casi imposible intentar explorarlos o examinarlos.
Se puede ver –añade la viajera inglesa– que estas descripciones concuerdan exactamente con las de las cuevas de las Islas Canarias, buen número de las cuales no han sido aún visitadas debido a su inaccesibilidad.
Ain Tarsil se encuentra entre el Atlas y el mar, en la parte baja de la cadena de montañas del sur de Marruecos. ¿No es posible, habida cuenta del celo con que estas cuevas son guardadas, que no sean simples viviendas fuera de uso de antiguos trogloditas sino que contengan momias como las de igual situación en las Islas Canarias?, termina preguntándose la señora Stone.
Téngase en cuenta que la mayor parte de los rasgos culturales guanches encuentran sus correlatos más exactos precisamente en esta zona del conjunto montañoso del Atlas por la época en que el poblamiento de Canarias debió producirse y que fue en los territorios situados más hacia el interior del continente, a las que llegó en tiempos del emperador Trajano el ‘limes’ de las tierras dominadas por Roma en la provincia ultramarina de la Mauritania Tingitana, o incluso rebasadas estas fronteras, donde, según nos dice el historiador portugués Gaspar Frutuoso, cogieron los romanos a la gente que fue llevada en barcos a poblar las Islas Canarias por orden del citado emperador.
EL ANAUTISMO GUANCHE, OTRA PRUEBA MÁS DEL POBLAMIENTO POR LOS DESLENGUADOS
Otro aspecto a considerar en esta cuestión de la etnografía comparada, que constituye otro elemento más en apoyo de la teoría del poblamiento aquí expuesta, es el anautismo o falta de navegación de que adolecían los insulares canarios, ya que tal fenómeno carencial no puede ser otra cosa que una consecuencia lógica del carácter campesino o rural de sus ancestros continentales de tierra adentro, que nada tenían que ver con el mar.
Que los deportados a las islas por los romanos procedían de la zona montañosa del Atlas alejada del mar lo da a entender de forma bastante clara Gaspar Frutuoso cuando dice, refiriéndose a lo que atribuye a declaración de Trajano, que los desterrados vivían “cerca de su imperio, o quizás eran súbditos suyos”, a lo que añade, “los cuales, por ser montañeses....”.
Tales frases hacen alusión claramente a territorios próximos a la frontera intracontinental de la provincia de Mauritania de aquella época, que, como es sabido, alcanzaba en tiempos de Trajano hasta el corazón de la región del Gran Atlas, hacia cuya zona apuntan, precisamente, como llevo dicho, muchos de los datos más fehacientes que dan pie para pensar que de aquellas tierras procedían los desterrados.
Del anautismo de los primitivos insulares han quedado múltiples testimonios, tanto en forma expresa como implícitos, de los autores antiguos que se han ocupado de este tema, si exceptuamos el discordante aserto en contra de Torriani, al que nadie debidamente impuesto en la prehistoria canaria concede la menor credibilidad por lo fantasioso de la exposición que hace sobre el caso, habiendo sido además, como no podía ser menos, desmentido por la ciencia arqueológica mediante el análisis de los restos de peces hallados en los yacimientos de todas las islas del archipiélago, ya que en los mismos sólo se han hallado espinas de peces de orilla y nunca de peces pelágicos o de mar abierto, prueba evidente de que no dispusieron de embarcaciones que les permitieran adentrarse en el océano.
Es lo cierto, sin embargo, por difícil de comprender que pueda resultar, que ha habido autores, y aún los hay, teoricamente bien impuestos en la prehistoria de las islas, que dan la existencia de la navegación entre los isleños prehispánicos como un hecho posible.
Cuesta trabajo admitir, ciertamente, que a estas alturas, con el nivel de conocimientos alcanzado sobre la prehistoria de Canarias y sobre la historia de la navegación en el mundo, que haya todavía alguien que pueda adoptar tal postura sobre esta supuesta actividad en el pueblo guanche. Resulta sorprendente ver cómo esos autores se debaten en vanas disquisiciones empeñados en hallar una explicación al modo en que, según ellos, debieron haber llegado los pobladores a las islas en sus propias embarcaciones: que si en viajes de fortuna sin retorno –¡con mujeres y animales a bordo!–; que si en navegaciones planificadas que les permitían, una y otra vez pasar del continente al archipiélago y de una isla a otra, pero no regresar a su tierra; que si las corrientes en este o aquel canal que se forma entre una y otra isla no permitían su cruce –¡ni tan siquiera el mínimo que separa la Isla de Lobos de Fuerteventura, cuya abundancia en focas a la llegada de los europeos es prueba evidente de haber permanecido inabordada durante siglos!–, etc, etc., todo ello pasando por alto el hecho, sin dar la menor explicación del mismo, de que tan pronto tales navegantes pusieron pie en tierra, abandonaron sus barcos para siempre, cosa verdaderamente inaudita en la historia de la navegación en casos como estos, sin que quedara el menor rastro de ellos.
Yo añadiría a cuantas opiniones se han vertido para explicar la pretendida práctica de la navegación en las Canarias prehispánicas, que es de todo punto imposible que unos navegantes llegados a una isla oceánica de las características de las Canarias para establecerse en ellas puedan abandonar una actividad tan consustancial a su modo de vida sin dejar el menor rastro de su pasada existencia, y mucho menos tratándose de un archipiélago de islas tan próximas entre sí que desde cualquiera de ellas se ve perfectamente alguna o algunas de las otras. No se conoce, en efecto, en toda la historia de la humanidad ningún caso de esta índole en que tal cosa haya ocurrido. En todas las islas alejadas de otras tierras de gran extensión ya pobladas que han sido colonizadas por gente navegante, se han encontrado siempre, sin excepción alguna, pruebas inequívocas de la existencia de las embarcaciones que les permitieron llegar a ellas.
Y como prueba de la inconsistencia de tal postulado tenemos que los guanches de todas las islas eran gentes esencialmente pastoriles y en la mayor parte de ellas, además, agricultores, sin el menor carácter marinero, tal como lo habían sido sus ancestros los africanos bereberes procedentes del interior del Magreb. Su actividad con relación al mar se reducía a recoger mariscos y a practicar una pesca de orilla muy elemental, actividades adquiridas por simple necesidad como cualquier otra gente en su caso hubiera hecho, como lo prueba el haberse llegado al mismo resultado en las siete islas independientemente unas de otras. El hecho, por otra parte, de que en algunas de las islas supieran nadar no tiene tampoco por qué significar, ni mucho menos, que ello tuviera algo que ver con la navegación, como algunos han pretendido; son cosas independientes.
EL CARBONO 14 Y EL PALEOMAGNETISMO
Y vamos a terminar este escrito sobre el poblamiento de las Islas Canarias tratando el conflictivo tema del carbono 14, uno de los elementos de juicio teoricamente más interesantes en la determinación cronológica de la cuestión en estudio, al que se aferran con mayor fuerza los que propugnan fechas del poblamiento anteriores al comienzo de la era por haberse obtenido algunas mediciones que parecen apuntar en esa dirección.
El sistema de datación por el carbono 14 es, ciertamente, un método científico muy importante, poco menos que revolucionario, pero hay que llevarlo a cabo con la debida corrección y tener en cuenta los imponderables a los que está sujeto para que sus resultados sean efectivos. De no ser así pueden conducir a conclusiones erradas y ser causa de grandes malentendidos. Así ha ocurrido con más frecuencia de la deseable en los estudios prehistóricos de Canarias. Son, efectivamente, muchos los yerros a que este sistema de datación ha dado lugar por diversas causas, como puedan ser la contaminación de las muestras empleadas por efecto de las deposiciones de las reses sobre ellas al provenir de cuevas utilizadas como establos; por haber permanecido expuestas durante un tiempo excesivo en los museos; por el contacto con raíces de plantas, e incluso por las materias expulsadas por los volcanes a causa del CO2 arrojado a la atmósfera, influyendo además en buena medida en estos errores las deficiencias que puedan darse en la labor realizada por el personal técnico de los laboratorios en que se llevan a cabo los análisis, pues de no hacerse con la corrección debida se puede dar lugar a que los resultados de las dataciones puedan salir envejecidos, como parece haber ocurrido en más de una ocasión, sobre todo con el laboratorio japonés de Gakushuin, en el que se ha llevado a cabo un buen número de análisis radiocarbónicos de restos guanches. Así, se ha dado el caso de que con material recogido en un determinado yacimiento, muestras de un mismo nivel han dado fechas tan dispares como el 200 a.C. y el 1.300 d.C., en tanto que del nivel inmediato superior se obtuvieron fechas de 400, 800 y 1.300 d.C. (Mederos Martín, Alfredo; Escribano Cobo, Gabriel: Fenicios, púnicos y romanos: descubrimiento y poblamiento de las Islas Canarias. Canarias. Viceconsejería de Cultura y Deportes, 2.002). Imprescindible es además que las muestras a analizar procedan de yacimientos con contexto antrópico claro, pues de no ser así se podrían producir resultados engañosos. Tal fue el caso de La Cueva de la Arena, en Tenerife, que tanto dio que hablar, de la que se obtuvieron dataciones de varios siglos anteriores a la era en restos de lagartos que se creyó que habían sido asados para el consumo humano, que luego fueron rechazados por no encontrarse relación entre los restos hallados y la presencia del hombre en el yacimiento, llegándose a la conclusión de que debía de tratarse de huesos de lacértidos carbonizados por fuegos producidos de forma natural.
De las muchas mediciones por el carbono 14 hechas en Canarias sobre restos orgánicos de yacimientos guanches sólo un pequeño porcentaje ha arrojado fechas anteriores al comienzo de la era. De éstas, la mayor parte, por no decir todas, se considera que no ofrecen la suficiente fiabilidad. Seleccionadas, de entre ellas, las que los entendidos consideran como más dignas de ser tenidas en consideración, ninguna es con total seguridad anterior al comienzo de la era cristiana, remontándose las más antiguas, en Tenerife, a alrededor del siglo I d.C., y al II o III d.C. en Gran Canaria, siendo mucho más modernas la mayo parte de las restantes tanto en estas dos islas como en las demás del archipiélago.
Otro método científico de datación absoluta que ha sido empleado para determinar la edad de algunos restos orgánicos es el del paleomagnetismo. Con él se han obtenido como fechas más antiguas unas del siglo III a.C. Pero si el sistema del carbono 14 no resulta lo suficientemente fiable, mucho menos parece serlo este del paleomagnetismo, como yo mismo he demostrado sobre resultados obtenidos con algunos volcanes de la penúltima erupción de Lanzarote, a los que el sistema del paleomagnetismo los hacía varios siglos anteriores a tales erupciones, siendo así que con las observaciones que he llevado a cabo sobre el terreno ha quedado demostrado sin duda posible que pertenecen a esa penúltima erupción de la isla, la ocurrida entre 1730 y 1735.
CONCLUSIONES
Resumiendo cuanto llevo dicho, parece practicamente seguro concluir que las Canarias debieron ser pobladas en el siglo primero o segundo de la era, por lo que parece en tiempos de Trajano, con bereberes de la zona de El Atlas llevados a las islas en barcos romanos por orden del citado emperador.
La pregunta que surge ante este hecho es: ¿con qué objeto fueron traídos a las islas? A esto hay que responder simple y llanamente que no se sabe. Si hemos de creer lo que dicen algunos de los cronistas que registran el hecho, el motivo fue el de castigarlos con el destierro por haber ofendido a los dioses romanos o por su mal proceder desertando cuando habían sido enrolados en sus tropas. Pero no parece justificar tanto incomodo y expensas un acto que pudo haber sido castigado en la misma África de cualquier otro modo, si bien está comprobado que existía en el código penal romano la figura de la deportatio in insula aplicable en estos casos. No obstante, aparte de lo que supone ya de por sí este destierro como castigo, el objetivo más práctico desde un punto de vista económico piensan algunos que pudo haber sido el de emplearlos como mano de obra para la recogida de la orchilla y otros productos naturales que entonces se daban en el archipiélago, que tanto valor alcanzaban en aquella época, o también, según otros, el de justificar el título de propiedad de las islas por parte del Imperio al estar pobladas por súbditos suyos.
Gracias por su aporte, tiene datos muy nutritivos y esclarecedores. Saludos.
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