Por Agustín Pallarés Padilla
(LANCELOT, 13-II-2004)
Da la impresión de que algunos toman la tilde diacrítica o virgulita con que se señala el acento de intensidad en algunas palabras como un signo gráfico cuya utilidad no es otra que la de adornar la vocal sobre la que se coloca más bien que la de ejercer una función prosódica. Por ejemplo, el topónimo Ye se suele ver acentuado graficamente en la forma Yé. Y uno se pregunta, ¿para qué? ¿Qué utilidad práctica puede tener el acento en este nombre? No existe ninguna otra palabra con la que pueda confundirse que haga necesario su empleo para poder diferenciarlas entre sí, como ocurre entre /de/ preposición y /dé/ forma verbal, o el /si/ condicional y el /sí/ afirmativo o el pronominal, más otros casos de palabras homógrafas que se podrían poner como ejemplos.
Otro tanto podría decirse del nombre del pueblo de Soo, que suele verse acentuado sobre la primer /o/, Sóo. ¿Es que si no tuviera ese acento habría que leerlo agudo? Naturalmente que no. Por lo tanto, acentuándolo se comete, como en los casos anteriores, una falta de ortografía.
Otra incorrección: acentuar graficamente sobre la vocal fuerte palabras monosilábicas diptongadas. No es nada raro, por ejemplo, ver el apellido Paiz escrito Páiz. Tal acentuación no tiene objeto práctico alguno. Sí llevaría el acento si hubiera que partir el diptongo, como ocurre en palabras de estructura parecida, tales como ‘maíz’, ‘país’ y ‘raíz’, que entonces se convierten en bisílabas y hay, por tanto, que deshacer el diptongo.
Pasemos ahora a comentar algunas incorrecciones sintácticas. En este campo de la lengua suele incurrirse en verdaderos horrores –más que errores– gramaticales. Por ejemplo, por esa malhadada costumbre que se ha introducido en nuestro idioma de anteponer artículos masculinos, tanto en la forma determinada como en la indeterminada, a palabras de género femenino que comienzan con /a/ tónica (el agua, el ala, el alta, o un agua, un ala, un alta, etc.) para evitar la cacofonía, se oye decir, no sólo en la conversación coloquial hablada, en la que serían más disculpables, sino en tribunas de altos vuelos, en la televisión o en la radio, a locutores y personas cultas de formación académica, aberraciones lingüísticas del siguiente calibre: ‘Todo el agua estaba sucio’, ‘Tiene el ala roto’, ‘El último alta médica’. Es decir, que por el simple hecho de evitar esa pretendida cacofonía que se produce con la unión de la /a/ de los artículos femeninos y la /a/ tónica del comienzo de la palabra que sigue del mismo género, se ‘perpetra’ ese repelente retorcimiento sintáctico consistente no sólo en hacer preceder tal palabra del artículo contrario a su propio género, que ya es de por sí un enlace antinatura, sino incluso hacerla concordar con adjetivos de género asimismo contrario. Por lo visto decir la hacha, la ánfora, la haya, la agua, etc., debe causar en esos hipersensibles y delicados oídos un malestar insufrible. Sin embargo, tan ‘desagradable’ unión sonora bivocálica no se da, o al menos no se tiene en cuenta, si la palabra en cuestión empieza con /a/ átona, como, por ejemplo, ‘la asunción’, ‘la amanecida’, ‘la alfombra’, ‘la atalaya’, etc. De manera que es suficiente ese mínimo matiz fonético para que la cacofonía ya no resulte molesta.
Vayamos ahora con el tan traído y llevado fenómeno del ‘queísmo-dequeísmo’. Preciso es comenzar reconociendo que tal construcción sintáctica, por muy defectuosa que sea, tiene ya ganada la partida en el uso lingüístico. A la Academia de la Lengua no le quedará otro remedio que dar por buena tal anomalía habida cuenta del uso tan generalizado que de ella se hace. ¿Pues quién no se deja caer ya, con la mayor naturalidad del mundo, con expresiones tales como ‘No hay duda que eso es verdad’, ‘Se dio cuenta que estaba equivocado’, y ‘Está claro de que eso es así’ o ‘Le dijo de que no viniera’, por ejemplo?
Menos mal que aunque tales construcciones sean incorrectas la comprensión del enunciado en que tales anomalías se hallan contenidas es fácil de obtener por efecto del simple contexto de lo que se dice. Pero lo que por lo visto mucha gente ignora es que este error es facilmente evitable –al menos en la mayor parte de los casos– aplicando una regla muy sencilla y expeditiva: bastaría con hacerle a la frase en cuestión la pregunta en ella implícita y la respuesta nos daría la solución correcta. Tomemos, por ejemplo, la primera frase ‘queísta’ ‘No hay duda que eso es verdad’. La pregunta sería ‘¿de qué no hay duda?’, y no, por supuesto, ‘¿qué no hay duda?’, lo que demuestra que la forma correcta de la frase es ‘No hay duda de que eso es verdad’. Otro tanto podría hacerse con la primera frase ‘dequeísta’: ‘Está claro de que eso es así’. La pregunta sería: ‘¿Qué está claro?’, y no ‘¿De qué está claro?’, con lo que se obtendría, de igual manera, el resultado correcto.
Por otra parte sería de desear que se evitara la creación de complicaciones ortográficas innecesarias en la escritura. Es por eso que soy acérrimo partidario de simplificar la ortografía haciendo la lengua lo más fonética posible, como se ha hecho en el vascuence o euskera, por ejemplo, un modelo de lengua regular en la escritura. En eso apoyo incondicionalmente al premio Nobel (¡¡y no Nóbel!!) Gabriel García Márquez. La misión de la lengua debe ser la de facilitarnos al máximo la expresión de las ideas y no hacernos perder innecesariamente el tiempo consultando diccionarios para ver si tal o cual palabra lleva /h/, si debe escribirse con /g/ o con /j/, y otras complicaciones por el estilo.
Por último creo que vale la pena dedicar un breve recordatorio al caso del verbo haber impersonal. Comenzaré por reconocer que es también una modalidad lingüística practicamente perdida en el idioma español. A ver quién dice hoy ‘Había/hubo/habría/habrá muchas personas en la manifestación’ en lugar de ‘Habían/hubieron/habrían/habrán muchas personas en la manifestación’.
Y para terminar no quisiera dejar la impresión por lo que aquí expongo de que me considere un hábil experto en ortografía o en el manejo de la lengua. Es por no serlo, precisamente, por lo que me muestro rabiosamente reivindicativo con su simplificación. Probablemente en este mismo escrito habré cometido más de una de esas faltas. ¡Pero eso sí!, no en los adverbios formados sobre un adjetivo esdrújulo o llano acentuado, terminados en el sufijo ‘mente’, como ‘graficamente’ o ‘facilmente’, por ejemplo, que los he dejado sin acentuar a sabiendas, pues en estos casos no acabo de explicarme cómo la Academia de la Lengua no lo ha suprimido ya de una vez. Díganme ustedes si faltos del acento no se leen de igual modo, en tanto que con él se convertirían, si efectuáramos su lectura en la forma convencional, en palabras como mínimo sobreesdrújulas.
Hola:
ResponderEliminarNo sé si alguien verá este comentario alguna vez, pero como nunca se sabe, yo lo escribo. Es sobre esto:
«A ver quién dice hoy ‘Había/hubo/habría/habrá muchas personas en la manifestación’ en lugar de ‘Habían/hubieron/habrían/habrán muchas personas en la manifestación’.»
Cuando lo leí, me acordé de mi amigo canario (yo soy gallego), a quien al principio le corregía el uso del haber, hasta que me cansé y lo di por imposible. Tras terminar de leer el artículo, me fijé en el título del blog, que menciona las Canarias, y se me ocurrió: ¿acaso no será un vicio endémico de las islas? Alguna vez se lo oí decir también a catalanes. En cualquier caso, le puedo asegurar que en el castellano de Galicia no se comete ese error. Cometeremos otros, pero ese en concreto a todos nos suena raro. Y casi me atrevería a decir que en Asturias, Madrid, León y otras zonas en las que tengo amigos tampoco se dice.