viernes, 11 de febrero de 2011

SAN BARTOLOMÉ DE AJEY



Por Agustín Pallarés Padilla
(LANCELOT, 31-X-1997)


Hace bastantes años, exactamente en 1984, previa publicación de un artículo al respecto en este mismo semanario y en el diario LA PROVINCIA de Las Palmas, propuse al buen amigo, ya ausente de entre nosotros, Antonio Cabrera Barrera, alcalde de San Bartolomé por aquel entonces, que se escribiera Goíme como siempre se había dicho en la isla y no Güime como se estaba viendo desde algún tiempo en letreros públicos, discos de señalización y escritos oficiales en general, el nombre de este simpático pago de aquel municipio.
En un principio Antonio acogió la idea con interés y entusiasmo reconociendo lo procedente de la propuesta, mas al poco tiempo me dijo, algo desolado, que el proyecto era practicamente inviable o de muy difícil consecución por lo laborioso y complicado del expediente que había que tramitar en las altas instancias burocráticas.
Fallido aquel primer intento vuelvo hoy a la carga con otra idea de parecida índole con la esperanza de alcanzar esta vez mejor suerte, pero aplicada ahora a la población cabeza del mismo municipio, San Bartolomé. La lanzo publicamente por medio de este escrito periodístico a ver si la corporación municipal concernida, con su alcalde presidente al frente, la toma en consideración.
Es la siguiente: ¿Por qué no añadirle al nombre de nuestro San Bartolomé el vernáculo de Ajey al igual que se ha hecho en la isla de Gran Canaria con su homónimo, al cual siempre llaman San Bartolomé de Tirajana?
Lo mismo que este de Tirajana, Ajey es también nombre guanche cuyos orígenes se pierden en las insondables profundidades de nuestra prehistoria insular.
Y no es este el único caso en nuestras islas que podría aducirse como ejemplo de localidad compuesta de esta forma. Existen otros similares en el archipiélago, como son los de San Miguel de Abona y Santiago del Teide, ambos en Tenerife, e incluso el de la misma capital de esa isla, Santa Cruz de Tenerife, o el de San Sebastián de la Gomera, capital asimismo de esa isla, todos ellos combinaciones de un nombre cristiano con otro guanche.
Como es bien sabido, nuestros antepasados los ‘majos’ fueron sojuzgados por nuestros antepasados europeos, viéndose obligados a aceptar, en contra de su voluntad, la cultura y formas de vida en general que les fueron impuestas por los invasores. Entre estas formas de aculturación destaca con especial relevancia la lengua, reprimida sin miramientos, de la que sólo se han salvado contados vocablos que aún vagan incrustados en nuestra habla popular arrastrando una existencia cada vez más precaria, así como unas cuantas docenas de topónimos, más o menos corrompidos en su mayoría, que perduran en estado fosilizado desperdigados por la geografía isleña, cuyos significados se han perdido irremisiblemente para siempre.
Muchos de los nombres cristianos que suplantaron a los aborígenes llevaron la impronta de la arrolladora marea santoralizante de la época de la colonización, y entre ellos se encuentra precisamente el que nos ocupa ahora, pues Ajey, denominación preeuropea de una localidad de la isla, quedó proscrito como nombre oficial en favor del cristiano San Bartolomé.
Pero yo me pregunto, ¿no sería bonito, y en cierto modo congraciador con nuestros humildes ancestros los titerogaqueños, aunque fuera a título póstumo, restituir el nombre que ellos conocieron durante incontables generaciones, devolviéndole así la plena vigencia que en su memoria merece? Sería un bello acto de hermanamiento simbólico entre las dos culturas y se lograría con ello revitalizar este topónimo, tan breve y eufónico, que agoniza debatiéndose entre la vida y la muerte perdido en viejos textos y legajos, apenas presente en la memoria viva del pueblo lanzaroteño.
Ahí queda la idea. Lo demás depende de la sensibilidad de las personas que por sus cargos tienen en sus manos el poder decisorio.
 

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