Por Agustín Pallarés Padilla
(LANCELOT, 13-VIII-2010)
“No es Dios quien creó al hombre, sino que es el hombre el que ha creado a Dios”. En esta sentenciosa frase se expresa de forma condensada y expedita el conflictivo concepto de la existencia de Dios.
La idea de un dios que rige los destinos de la humanidad es el producto de una experiencia multimilenaria que debió nacer del temor a los fenómenos naturales incomprensibles para el hombre primitivo, cuyo origen se comenzó a fraguar en su incipiente cerebro humano en los oscuros tiempos del principio de la hominización, es decir, de los remotos estadios de la prehistoria en que el ser humano comenzó a tener conciencia de la abstracción.
Pero el concepto ‘dios’ debe tener por pura lógica respuesta científica, o sea, natural, puesto que no existe nada sobrenatural en el cosmos; todo en él se rige por las leyes de la naturaleza. La presunción de la existencia de un ente divino superior, creador y motor del mecanismo celeste no es otra cosa que el resultado producido en la psiquis humana por el efecto de esas ideas primarias transmitido a través de incontables generaciones que ha supuesto la plasmación de una reacción instintiva que ha dado como resultado la adquisición del gen de la religiosidad. De modo que esa necesidad tan común que anida en la mente del hombre induciéndolo a creer en un ente superior que rige los destinos del Universo responde, simple y llanamente, a un impulso instintivo y no a un proceso de índole intelectiva o racional.
El hombre, en su calidad de ser racional, es capaz, a diferencia del animal, de sobreponer la razón al instinto, muy especialmente en casos como este si goza de la necesaria constitución cerebral o genética que dé consistencia a tal actitud, de modo que siendo el sentimiento religioso una reacción instintiva o producto de la imaginación, sin base real física alguna en que sustentarse, tal condición debe hacer que sea la razón, como no podría ser de otro modo, la que deba prevalecer sobre el instinto.
Dicho de otro modo, primero fue el prehombre u homínido surgido del mono, ser en el que aún primaba en buena medida la conducta animal. Luego, cuando este prehombre, en su incipiente mentalidad de humano comenzó a tener conciencia cogitativa de los fenómenos naturales que se producían a su alrededor comenzó a preguntarse lleno de perplejidad quién podría ser el responsable de que se dieran esos fenómenos que lo anonadaban bien fuera por sus efectos devastadores como en el caso de los terremotos, huracanes, erupciones volcánicas y rayos, o simplemente por serles sorprendentes e incomprensibles, como ocurría con la lluvia, el arco iris, los truenos y relámpagos, etc.
Mas la capacidad intelectiva del hombre primitivo se manifestaba nula ante tal cohorte de hechos asombrosos, y esta impresión o estado de cosas fue tomando cuerpo en su rudimentaria capacidad de comprensión, hasta terminar por atribuir la producción de tales fenómenos a la voluntad de unos seres sobrenaturales superiores, al principio materializados en forma de objetos (animismo), luego en diferentes divinidades corpóreas (politeismo) y finalmente en un dios único (monoteísmo), entes a los que temía y reverenciaba con ánimo de promover en ellos su protección o para aplacar su ira y evitar sus efectos malignos.
La creencia en este ser superior único ha terminado por tomar naturaleza instintivogenética tan arraigada en la mente humana que incluso personas de sólida formación intelectual no pueden librarse de sus efectos anímicos.
Con el instinto o gen de la religiosidad ha corrido parejas el de la superstición. Son en realidad la misma cosa a distinto nivel, pues las religiones, en general, no son otra cosa que macrosupersticiones institucionalizadas.
Han sido muchas las personalidades destacadas en la cultura mundial que han expuesto estas ideas ateístas sobre un creador divino, no ya en el campo más cotidiano de la visión sustentada por las religiones, sino en el aspecto científico más profundo y trascendente del origen del Universo, quienes han llegado a la conclusión de que Dios es una hipótesis innecesaria para la explicación del origen del cosmos.
De entre estas personalidades más relevantes me limitaré a citar las tres siguientes.
Bertrand Russel, uno de los más lúcidos pensadores en el campo de la filosofía moderna y excepcional matemático por cierto, lo que debe ser resaltado en particular por la tan recurrida matematicidad como prueba de la creación divina del Universo: “La religión no sólo no puede defenderse desde el punto de vista racional teórico sino tampoco desde el práctico. Religión equivale a fanatismo y por ello va en contra tanto del progreso, como de la libre investigación y de la felicidad de los hombres”
Carl Sagan, el gran divulgador científico: “Desde que el nacimiento del Universo puede ser explicado por medio de las leyes de la física, un supuesto Dios creador se ha quedado sin trabajo que hacer”.
Y finalmente, cómo no, el ilustre escritor, recientemente fallecido, hijo adoptivo de Lanzarote, José Saramago, un cerebro privilegiado, quien ha dicho en una sentencia condensada al máximo como esencia de un genio del pensamiento: “Los dioses sólo existen en el cerebro humano”.
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