Por Agustín Pallarés Padilla
(Discurso de recepción como académico de número en la
Academia de Ciencias e Ingenierías de Lanzarote el 27-VI-2007
(Con modificaciones)
Objetivo de este trabajo
Con este trabajo pretendo aportar, tal como lo expresa el enunciado del título, nuevas interpretaciones o conocimientos extraídos de la información contenida en las obras escritas hasta hoy y otros documentos que tratan del tema, complementando estos conocimientos con observaciones personales de campo que, como se verá tras su lectura, introducen en algunos casos una nueva visión en la explicación de los fenómenos eruptivos que se dieron en aquellos años, en la localización e identificación de algunos de los volcanes que entonces se formaron, así como en aspectos de índole histórica.
La mayor erupción de Canarias de tiempos históricos
La erupción volcánica que tuvo lugar en Lanzarote en la primera mitad de la década de los 30 del siglo XVIII, mal llamada de Timanfaya por historiadores y geólogos, ha sido con gran diferencia la mayor en todos los aspectos de cuantas han tenido lugar en el archipiélago canario en tiempos históricos, es decir, tanto en duración como en volumen de materiales eyectados y número de bocas de emisión abiertas durante el tiempo de actividad del fenómeno eruptivo en general.
Como pruebas elocuentes de la magnitud alcanzada por esta enorme conflagración volcánica están la larga duración de cinco años en que se desarrolló, la gran extensión de terreno, de más de 200 Km2 que cubrió con las lavas y piroclastos arrojados por las bocas de emisión que se abrieron y el número de conos o elevaciones montañosas que se formaron, que fue de una treintena holgada sólo contando los principales o autónomos, pues de incluir los secundarios o bocas adventicias el número se duplicaría o triplicaría.
Esta erupción se produjo a lo largo de una gran fractura tectónica más o menos rectilínea que rasgó el subsuelo de la isla bajo la incontenible presión del magma ascendente siguiendo un arrumbamiento ENE-OSO, siendo sus volcanes extremos los de El Quemado por el lado de poniente, situado a 1 Km al NE del pequeño caserío de El Golfo, y el de Montaña Colorada por el de naciente, que se localiza a un par de kilómetros al NO del pueblo de Masdache. Esto en cuanto al largo máximo en tierra firme respecta comprobable por las susodichas bocas de emisión de sus extremos, pues con toda seguridad la enorme fractura subterránea debió continuar en una y otra dirección hasta alcanzar bastante más longitud. Hacia el O existe constancia documental que confirma tal presunción. Así lo acredita de forma practicamente segura el testimonio del cura de Yaiza Andrés Lorenzo Curbelo, testigo presencial de los hechos, contenido en su conocido Diario, que dejó plasmado en las siguientes palabras: “Hacia el NO de Yaiza se veía salir del mar mucho humo y llamas con tremendas detonaciones, y por todo el mar de Rubicón, es decir, por la costa O, se observaba lo mismo”, palabras estas que parece evidente que deben hacer referencia a la acción de volcanes submarinos. Y en cuanto respecta al extremo oriental habría que estudiar un llamativo volcancillo llamado Caldereta Quemada, de aspecto muy reciente en términos geológicos, que se halla al final de la prolongación del alineamiento general de estos volcanes, cerca de la costa, al E de Guatiza, por si perteneciera a esta erupción, lo que de resultar positivo alargaría la fractura nada menos que unos 24 Km más haciéndola cruzar la isla de parte a parte siguiendo el arrumbamiento indicado.
Topomimia empleada
Para el correcto empleo en lo concerniente a los nombres de los diferentes lugares que en este trabajo se mencionan remito al lector al mapa del Parque Nacional de Timanfaya y zona de preparque con la toponimia actualizada por mí de acuerdo al uso popular vigente, mapa que ha sido publicado recientemente por el Centro Nacional de Información Geográfica, organismo dependiente del Ministerio de Medio Ambiente, pues la que figura en el Mapa Militar en su última edición, la de 1986, está plagada de errores toponímicos, tanto en el aspecto gráfico como en el de ubicación, si bien algunos de los errores que figuraban en la edición precedente, la de los años cincuenta, han sido corregidos en esta última por indicación mía.
De todas formas, para agilizar la comprensión del escrito en este sentido, doy a continuación, siguiendo una secuencia que vaya de poniente a naciente, una relación de los nombres de los volcanes, tanto de los surgidos durante la erupción en estudio como de los antiguos a ellos próximos, según figuran en el referido mapa del Parque Nacional de Timanfaya corregido por mí, correcciones que como he dicho con anterioridad están basadas en el uso popular de los nombres que he recogido directamente de informantes que seleccioné por su edad avanzada y residencia prolongada en los lugares en que tales topónimos se hallan, salvo algunas pocas excepciones que por razones diversas he justificado en mis estudios toponímicos. Dichos nombres, cuando tienen equivalentes en el Mapa Militar –pues también los hay innominados– van seguidos entre paréntesis por los correspondientes errados que en él figuran o la condición de innominados si así fuere. De más está decir que, como no podía ser de otro modo, esa toponimia cartográfica, pese a sus numerosos errores y defectos, es la que han venido utilizando hasta ahora en sus respectivas obras los geógrafos, geólogos, historiadores y autores en general.
He aquí la lista de topónimos anunciados:
El Quemado (sin nombre en el Mapa Militar)
Las Calderas Quemadas (sin nombre en el M.M.))
La Montaña de Juan Bello (Montaña de Juan Bello)
La Montaña del Valle de la Tranquilidad (sin nombre en el M.M.)
La Montaña de Timanfaya (Montaña del fuego o de Timanfaya)
Las Montañas del Fuego (Montañas del Fuego o de Timanfaya)
Las Artesas (sin nombre en el M. M.)
La Caldera del Corazoncillo (Caldera del Corazoncillo)
La Montaña de las Junqueras (Montaña Rodeos)
Pico Partido (ídem)
La Montaña del Señalo (Montaña del Señalo)
La Montaña de Santa Catalina (sin nombre en el M.M.)
La Caldera de la Rilla (Caldera de la Rilla)
La Montaña del Rodeo (Montaña de la Peña de Santa Catalina)
La Montaña de las Nueces (sin nombre en el M.M.)
Montaña Colorada (ídem)
Carencia de señales sísmicas previas a la erupción
En cuanto al preludio de la erupción respecta hay que hacer notar lo extraño que resulta el que apenas se mencionen por autores de la época noticias relativas a manifestaciones sísmicas o de ruidos subterráneos previos al comienzo de las erupciones, ya que son fenómenos normales en estos casos, máxime teniendo en cuenta que la del siglo siguiente, de mucho menor magnitud, estuvo sin embargo precedida por dichos efectos precursores durante un buen número de años. Solamente se conoce al respecto sobre la erupción que esta siendo objeto de estudio aquí lo dicho por Viera y Clavijo (Noticias de la Historia general de las Islas Canarias, t. I, p. 787. Goya Ediciones.1967) de que el primer volcán reventó “después de un violento terremoto”, y la declaración de A. de la Hoz en su conocida obra dedicada a la isla (Lanzarote, p. 19-20. Madrid. 1962) en la que dice que “Desde 1726 al 29 mucha gente del interior busca cobijo en el Puerto del Arrecife, y vive malamente, en míseras casuchas construidas sin orden ni concierto. Este éxodo del campo hacia el Puerto –continúa diciendo de la Hoz– no significa el consabido absentismo, sino la más veraz interpretación del terror insular debido a las convulsiones y rugidos del subsuelo”. Pero como este autor no cita la fuente donde tomó la noticia, la misma queda falta del debido respaldo de autenticidad que la acredite historicamente.
Impropiedad del nombre Timanfaya dado a la erupción
Esta erupción volcánica ha sido conocida en los medios científicos e historiográficos con el nombre de ‘la erupción de Timanfaya’, título que ya al comienzo del escrito tildé de incorrecto cuando al referirme a ella dije “mal llamada de Timanfaya”. En efecto, Timanfaya no es otra cosa, como ya hice ver en un trabajo sobre la toponimia del Parque Nacional de Timanfaya que publiqué en las VI Jornadas de estudios sobre Lanzarote y Fuerteventura de 1995, que una deformación del nombre Chimanfaya, que es como se llamaba la aldea próxima a la cual se abrió el 1º de septiembre de 1730 el primer volcán de la larga serie que entró en actividad en aquellos años. De manera que no sólo se halla deformado al habérsele cambiado la inicial /ch/ por /t/ sino que ni siquiera era, que se sepa, nombre de montaña sino, como llevo dicho, de un poblado. Y digo ‘que se sepa’ porque, eso sí, aunque no se tiene la menor noticia confirmatoria sobre el particular, cabe la posibilidad de que ese primer volcán en abrirse, que en la actualidad es conocido con el nombre de La Caldera de los Cuervos, fuera llamado en un principio, al haberse formado al lado del pueblo de igual denominación, La Montaña de Chimanfaya.
Esa alteración gráfica del nombre Chimanfaya en Timanfaya debió nacer de algún error de copia o transcripción. En todos los documentos redactados en aquellos años de actividad volcánica se escribe el nombre siempre, sin excepción, Chimanfaya.
Por lo que he podido averiguar, parece que debió ser en las Sinodales del obispo Dávila y Cárdenas, que estuvo en Lanzarote en 1733 en visita pastoral, documento muy viciado en la grafía de los nombres de los pueblos que en él se dan, donde se perpetraría el error de transformar el nombre Chimanfaya en Timanfaya. Pero debió ser luego Viera y Clavijo, con el gran predicamento que alcanzó como historiador en las islas, el principal responsable de que se difundiera el error al ser el mismo copiado por los subsiguientes autores, que lo considerarían un dato auténtico.
A esto hay que añadir que la aldea de Chimanfaya, o en su defecto el cono volcánico que se formó junto a ella, que según dije más atrás pudo haber llevado su nombre, se encontraba a varios kilómetros de distancia hacia el E de donde se halla la actual Montaña de Timanfaya. Mas este otro error, en este caso de translocación, debe haber sido efecto de mala intepretación en la defectuosa cartografía de aquellos siglos en que tantos errores de esta índole se cometieron.
Por otra parte, ninguno de los vecinos de las localidades circundantes, a los que he preguntado desde la década de los setenta del siglo pasado en que inicié mis pesquisas toponímicas en Lanzarote, que han sido muchos y por lo general de edad avanzada, ha sabido nunca darme razón del nombre Timanfaya aplicado a esta montaña. Sólo habían tenido conocimiento del mismo los que habían alcanzado ilustración al respecto por medios escritos, pues para la generalidad, ajena a esas fuentes documentales, el nombre de la montaña, tal como lo habían aprendido de sus mayores, había sido siempre La Montaña del Fuego, o más comunmente, incluyendo en el topónimo los conos volcánicos más pequeños adyacentes o muy próximos a ella, Las Montañas del Fuego, en plural.
Finalmente, merece también tenerse en cuenta con relación al nombre de este grupo de montañas, el testimonio del historiador canario Agustín Millares Torres, quien en su monumental obra Historia general de las Islas Canarias, en el capítulo titulado ‘El volcán de Lanzarote’ (t. IV, p.48), declara después de comentar sus primeras manifestaciones eruptivas, “que desde aquel tiempo recibieron el nombre de Montañas del Fuego”. Pero tampoco este autor cita la fuente de la que tomara tal dato, con lo que la calidad histórica del mismo queda en entredicho.
Primer volcán: La caldera de los Cuervos
Se abrió el primer volcán de esta gran conflagración telúrica el 1º de septiembre de 1730. Sobre la fecha del inicio de las erupciones, comenzadas con este volcán, no existe duda posible, pues son diversos los documentos originales de primera mano, independientes entre sí, sobre cuya autenticidad no cabe oponer objeción alguna, que la dan a conocer de forma explícita. Se sabe incluso, con bastante aproximación, la hora en que el volcán reventó. Fue entre las nueve y las diez de la noche, más próximo por lo que parece a la última de las horas según se declara en algunos de los referidos documentos.
En cuanto al tamaño del volcán respecta es el Diario del cura de Yaiza el único documento en que se encuentran referencias sobre el particular. Ahora bien, de dicho manuscrito se dispone, como es sabido, de tres versiones: una primera alemana obtenida por el geólogo Leopoldo von Buch del original redactado por el cura de Yaiza Andrés Lorenzo Curbelo Perdomo, que dice haber encontrado en Tenerife, el cual se halla desde entonces en paradero desconocido; una segunda en francés producto de una traducción de la anterior, y la española, traducida a nuestro idioma de la francesa. Pues bien, en la versión española se califica a este primer cono volcánico de “enorme montaña”, lo que a todas luces se halla en clara discordancia con su tamaño real. Más acorde con sus verdaderas dimensiones es lo que dice el texto alemán, que como documento matriz de los otros dos se hace necesariamente acreedor a mayor crédito que los que de él salieron, y al que después de haberlo traducido de forma concienzuda y meticulosa me atengo en este trabajo. En dicho texto alemán se califica a esta montaña de ‘beträchtlich’, adjetivo equiparable a ‘considerable’ en español, el cual encaja mucho mejor con su verdadero tamaño.
Mas lo cierto es que de tratarse de La Caldera de los Cuervos, como todos los indicios apuntan como veremos un poco más adelante, nos hallaríamos ante un cono volcánico de dimensiones más bien reducidas si tomamos como referencia el tamaño medio de los volcanes de la isla, pues no pasa de los 400 m de largo por algo más de la mitad de anchura en la base, ya que es de planta oblonga, con una altura sobre el suelo que no llega a los 50 m. Su caldera o cráter, de paredes arriscadas más o menos verticales en su tercio superior, es sin embargo proporcionalmente grande, hundiéndose el fondo hasta una quincena de metros más o menos por debajo del nivel del terreno exterior que circunda al volcán. El sector norte de la pared crateriana es algo más baja que el resto, presentando por dicho lado una abertura a modo de portillo por la que años atrás entraban los camiones para extraer el lapilli del fondo con que cubrir los campos de cultivo. Frente mismo a esta embocadura, a unos 150 m de distancia, anclada en el mar de lava que rodea al volcán, sobresale una mole rocosa que debió ser el trozo que la taponaba, que sería arrastrado hasta allí por la presión arrolladora de la lava al salir.
La identificación de este volcán con La Caldera de los Cuervos es mérito que corresponde a los volcanólogos Juan Carlos Carracedo y Eduardo Rodríguez (Lanzarote. La erupción volcánica de 1730, p. 66. Cabildo Insular de Lanzarote, 1991). Dichos autores han determinado, mediante deducciones obtenidas con datos observacionales y de información extraída de viejos documentos, que dicho volcán tiene que ser el que ahora es conocido como La Caldera de los Cuervos, del que estamos tratando, situado a unos 3 Km al NO de Conil en pleno mar de lava moderna.
Ya el geólogo alemán Leopoldo von Buch había dejado en su obra Physicalische Beschreibung der Canarischen Inseln, producto de las indagaciones que llevó a cabo durante la visita que giró a Lanzarote en el año 1815, unos valiosos datos que conjugados con las observaciones de campo complementarias que realizó, resultaban de un valor orientativo muy importante en orden a determinar la ubicación del volcán en cuestión, datos que, sin embargo, habían pasado inadvertidos por historiadores y volcanólogos hasta entonces.
Dice al respecto este autor en su obra citada: “Esta primera erupción ocurrió al E de La Montaña del Fuego, a medio camino aproximadamente entre esta montaña y la del Sobaco –ahora llamada de Juan Bello–, añadiendo más adelante que el volcán “podría hallarse situado aproximadamente entre Tinguatón y Tegoyo”. Y, efectivamente, dicho cono volcánico se encuentra a poco más de 1 Km del punto de intersección de las coordenadas trazadas entre los lugares referidos, desviación no muy grande en realidad dadas las distancias implicadas, cuya inexactitud podría justificarse aún más si tenemos en cuenta las notorias deficiencias de que adolecería el mapa de que el geólogo alemán debió valerse para determinar la situación del volcán.
Se da, por otra parte, la favorable circunstancia de que en esa zona sólo existen otros tres volcanes más de esta erupción, los de Montaña Colorada, el de Las Nueces y el de La Caldera de la Rilla, que aunque más próximos a ese punto de intersección indicado, se sabe de los dos primeros que sus erupciones, y por consiguiente la construcciones de sus conos, se produjeron sin duda posible en fechas posteriores en algunos años a la de este primer volcán objeto de comentario aquí, y que el tercero, el de La Caldera de la Rilla, distante 1,5 Km hacia el NO de La Caldera de los Cuervos, reúne todos los requisitos para ser identificado con uno de los que constituyeron el par que erupcionó en segundo lugar el 10 de octubre siguiente.
El Diario del cura Lorenzo Curbelo, por su parte, lo sitúa “a dos leguas de Yaiza”, distancia que, sin embargo, resulta algo excesiva, pues la real se aproxima bastante a la legua y media.
Es además este de La Caldera de los Cuervos, por la posición que ocupa, el único de los volcanes de esta zona del que pudo haber surgido la corriente de lava de varios kilómetros de longitud, de que nos hablan los documentos de la época, que fluyó en primer término hacia el N destruyendo las aldeas de Chimanfaya, El Rodeo, Mancha Blanca la Grande y Mancha Blanca Chiquita, por este orden, que luego se desdobló a poco de su inicio cambiando de rumbo hacia el NO haciendo otro tanto con los caseríos de Las Jarretas, Buen Lugar, Santa Catalina y Maso.
Otro argumento digno de ser tenido en cuenta con miras a la localización de este primer volcán es que habiendo sido con toda probabilidad el de La Rilla, citado un poco más atrás, el segundo en reventar –si bien simultaneamente con otro–, el 10 de octubre como ya he dicho, el emisor, según todos los indicios, de las enormes nubes de cenizas o lapilli negro de que nos hablan algunos documentos de la época, que cubrieron una extensa área de varios kilómetros de radio en torno suyo, no pudo ser otro que éste de La Caldera de los Cuervos, al ser el único abierto en aquellos años con anterioridad dentro de la zona afectada por la caída de estos materiales de proyección aérea, en cuyo cráter pudieron haber caído los mismos. En efecto, del interior del cráter de este volcán de La Caldera de los Cuervos se ha extraído en camiones una gran cantidad de ‘picón’, como se llama en la isla en los ambientes campesinos a esta arena volcánica empleada para cubrir campos de cultivo.
El nombre más antiguo conocido de este volcán, que he recogido de la gente de la zona de la isla en que se encuentra, es este de La Caldera de los Cuervos que le he venido dando aquí repetidamente, el mismo, por cierto, que le da Hernández-Pacheco. Es presumible, sin embargo, tal como insinué anteriormente, que en un principio, a raíz de su formación, se le llamara La Montaña o La Caldera de Chimanfaya dada su proximidad a la aldea de este nombre, pero sobre esto, vuelvo a decir, no se ha hallado la menor confirmación ni por vía documental ni por tradición oral.
También se le llama en la actualidad La Caldera de las Lapas a causa de unas concreciones resaltadas formadas de lapilli que tenían forma de este molusco, según me han contado personas de edad de las localidades vecinas. Ultimamente se le han venido aplicando por personas desconocedoras de la toponimia tradicional, periodistas foráneos y algún artista de la tierra de refinado ultracultismo, nombres o denominaciones adaptadas a su ‘desleal’ saber y entender que, en consecuencia, no merecen mayor comentario.
Poblados destruidos por este primer volcán
Conviene precisar también la situación lo más aproximada posible, así como las formas más probables de los nombres, de los poblados destruidos por la erupción de este volcán de La Caldera de los Cuervos. Para ello, además de los datos obtenibles de diversos documentos escritos de la época, debe tomarse como fuente de información referencial básica el mapa que se conserva en los archivos de Simancas, que fue enviado al Regente de la Real Audiencia de Canarias el 18 de noviembre de 1730 por el Gobernador de las Armas de Fuerteventura, quien lo mandó hacer unas semanas antes. Dicho mapa, aunque bastante deficiente en su trazado y en la situación de los pueblos que entonces había en la isla, resulta no obstante de bastante utilidad para señalar la orientación, al menos aproximada, de cada aldea con respecto a las otras.
Son estos poblados, por el orden en que se dan como destruidos por la primera corriente de lava, la que se dirigió hacia el N, según dije anteriormente, Chimanfaya, El Rodeo, Mancha Blanca la Grande y Mancha Blanca Chiquita, y por la segunda colada, la que se desvió hacia el NO, los de Las Jarretas, Buen Lugar, Santa Catalina y Maso.
Sobre estos poblados cabe hacer las siguientes puntualizaciones.
Chimanfaya, tuvo que hallarse situado al N de la referida Caldera de los Cuervos, el volcán que lo destruyó, hacia cuya dirección fluyó la corriente de lava arrojada por el mismo, por lo que parece a algo más de medio kilómetro de distancia de la aldea, según da a entender la frase “a un tiro de mosquete de la cilla” que figura en el ‘Libro de Recuerdos’ de la catedral.
En lo concerniente al origen del nombre hay que decir que el mismo presenta todas las apariencias de tratarse de una voz aborigen, pero qué puede haber significado en el idioma de los ‘majos’ –nombre que se daba a los habitantes preeuropeos de la isla– no lo he visto comentado en ningún trabajo de investigación sobre la lengua indígena, si es que un intento en tal sentido, dado el deficiente conocimiento que de tal lengua se tiene, pudiera dar algún resultado positivo.
El Rodeo debió encontrarse junto a la montaña de su nombre, por el lado de naciente de la misma, entre este viejo volcán y el de Las Nueces, este último formado en aquellos años.
El nombre es en singular y con artículo antepuesto, y no Los Rodeos en plural como suele verse escrito en ocasiones en obras actuales. Así, El Rodeo, figura en los documentos más antiguos conocidos, y en esa forma, siempre precedido del artículo, he oído pronunciar a la gente vieja de Tinajo, ajena a la influencia de libros y mapas, el nombre de la montaña homónima, que lo han aprendido por tradición generacional.
En cuanto a cuál pueda ser el origen del mismo no lo he podido averiguar ni he encontrado nada sobre el particular en ninguna obra o documento antiguo. ¿De un camino que conducía al pueblo, que había que seguir rodeando a la montaña así llamada, quizás desde la aldea vecina de Santa Catalina, situada al otro lado de dicho volcan? Parece esto lo más probable habida cuenta del nombre de El Rodeo que tal volcán ostenta aún. Otra opción podría ser la del significado relativo a la reunión de ganado mayor, mas es el caso que nunca he oído esta palabra empleada en la jerga pastoril de la isla ni la he encontrado en documentos del pasado como usada en Lanzarote con esta acepción.
Del origen del nombre de Mancha Blanca tampoco se sabe nada seguro. Se ha dicho, no sé con qué fundamento, si le vendría de una imagen de la Virgen que tenía una mancha de ese color en la cara.
Este pueblo, antecedente del actual homónimo, estaba dividido en dos partes algo separadas entre sí, Mancha Blanca la Grande y Mancha Blanca Chiquita. Su situación debió ser un par de kilómetros al S de la actual barriada de Tinajo de igual nombre, a no mucha distancia y al SE del par de montañas llamadas Coruja y de los Rostros, lugar inundado en la actualidad por un extenso campo de lava petrificada.
Tampoco al caserío de Las Jarretas –así figura escrito en los documentos de primera mano coetáneos a su desaparición– se sabe de qué pudo venirle el nombre.
En lo referente a la situación de esta pequeña aldea, si hemos de juzgar por lo que se dice en esos documentos sobre su arrasamiento por la segunda corriente de lava, la que fue desviada hacia el NO por la interposición de la gran roca surgida, presuntamente, de las profundidades del suelo, debía encontrarse en esa dirección con respecto a Chimanfaya, pero no se sabe a qué distancia estaría de este poblado, aunque parece que no debió ser muy lejos, pues con tal ubicación, muy próximo a Chimanfaya, si bien desviada hacia el SO, figura en el referido mapa de Simancas.
El siguiente poblado, denominado Buen Lugar, parece haber sido una pequeña barriada o grupo de casas dependiente en cierto modo de la aldea de Tíngafa, pues en él se hallaba una ermita dedicada a San Juan, nombre alternativo que se le aplica a veces a este caserío. Así lo acredita un documento fechado el 2 de agosto de 1625 en el que se dice que el matrimonio formado por Juan Gutiérrez Núñez y María de los Reyes hicieron construir en Buen Lugar la ermita dedicada a San Juan, que debe ser el Evangelista, y era en la aldea de Tíngafa donde se encontraba la ermita de esta advocación, ya que en el documento del legajo de Simancas de 29-XII-1730 se declara en la relación de poblados que en él se da con sus respectivos vecinos: “Tíngafa, con cuarenta y seis, y su ermita de San Juan Evangelista”.
De Tíngafa se puede también inferir su situación aproximada por la montaña que lleva su nombre, hoy reducido a Tinga, situada a unos 3 Km al NE de la de Timanfaya, pero que hasta comienzos del siglo pasado era llamada Tíngafa, esdrújula, según me afirmaron en la década de los ochenta personas de edad provecta del pueblo de Tinajo. Podría añadirse como precisión de su situación, basada en deducciones extraídas de informaciones sobre caminos que enlazaban las aldeas de esta zona que figuran en varios documentos antiguos, que se hallaba al N de dicha montaña.
La ubicación de Santa Catalina, por su parte, está bien determinada, no sólo por la montaña homónima que le sirve de referencia –que como se vio en la relación de montañas que se da más atrás figura, por cierto, innominada en el Mapa Militar de 1986– sino incluso por la tradición oral. Por otra parte, si hemos de dar crédito al Diario del cura Lorenzo Curbelo, Santa Catalina debió encontrarse justo donde se abrió el volcán de La Caldera de la Rilla, que se encuentra escasamente a un par de cientos de metros al S de la mencionada montaña de igual nombre que el pueblo, pues así lo manifiesta cuando dice que “el 18 –error por el 10– de octubre se formaron tres nuevas aberturas inmediatamente sobre Santa Catalina”, volcán este que no pudo ser otro, como intentaré demostrar al tratar más adelante del mismo, que el de La Caldera de la Rilla.
El último pueblo en ser destruido por esta segunda colada fue el de Maso. El Diario del cura dice al respecto: “EI 11 de septiembre se renovó la fuerza de la corriente de lava. De Santa Catalina cayó sobre Mazo, quemó y cubrió totalmente la aldea y se precipitó luego como una catarata de fuego en el mar durante ocho días seguidos. Luego todo se calmó”.
En lo respectivo a la situación de este pueblo se puede decir, apoyándose en datos bastante significativos que figuran en escritos de la época de las erupciones o de años anteriores, que el mismo debió hallarse a unos 4 Km al NO de Santa Catalina en un lugar impreciso del territorio hoy cubierto por el campo de lava comprendido entre La Montaña de Maso –el alteroso volcán formado también durante esta erupción que se alza a medio camino entre Las Montañas del Fuego y la gran Caldera Blanca– y El Mojón de Maso –pequeño ‘islote’ o porción de terreno antiguo incrustado en el campo de lava moderno, situado a un par de kilómetros hacia el NO de ese volcán homónimo–.
Entre los varios testimonios escritos, que aparte de los dos lugares que se acaban de comentar que llevan como componente toponímico este nombre de Maso, señalan tal situación, cabe mencionar como muy revelador un documento del año 1723 en el que se sitúa a la aldea de Maso “al sur de los charcos de Montaña Bermeja”, cono volcánico que no puede ser otro que el distinguido, también desde antiguo, con el complemento de “Montaña Bermeja de los Betancores”, de pequeño tamaño, situado en solitario a 1 Km al NO del antedicho Mojón de Maso.
Es asimismo importante para efectos de determinar la ubicación de este caserío el hecho de que se dé siempre en último término en la relación de aldeas que arrasó la corriente de lava arrojada por el volcán de La Caldera de los Cuervos cuando se desvió hacia el NO a causa de la interposición de la gran roca surgida del suelo. Tal ocurre, según hemos visto unas líneas atrás, en el Diario del cura de Yaiza, y también en un asiento del ‘Libro de Recuerdos’ de la catedral de Las Palmas (información de don Santiago Cazorla León), referido asimismo a la mencionada colada, cuyo tenor es el siguiente: “Vertió otro barranco de fuego sobre Las Jarretas, Lomadas y Santa Catalina, dejando consumidos dichos lugares, y pasó al cortijo de Maso, donde hizo el mismo estrago, hasta que corrió al mar”.
Incluso a nivel popular he encontrado algún anciano de Tinajo que recordaba haber oído decir cuando joven a sus mayores que el pueblo de Maso se hallaba sepultado por esa zona indicada cubierta de lava.
Y, finalmente, otra fuente documental de especial relevancia que sitúa a Maso al final o punto más alejado hacia poniente de todos los pueblos que en él se registran en esta zona afectada por los volcanes, después del de Santa Catalina y bien separado de él, es el mapa de Simancas anteriormente citado.
En cuanto a la duración de la erupción de este volcán se sabe que se apagó diecinueve días después de haberse abierto el 1º de septiembre, pues así se consigna en varios documentos totalmente fidedignos de aquellos años, lo que da el día 20 como el de su extinción.
Sobre el nombre hay que decir que el mismo figura en documentos antiguos escrito mayoritariamente en esta forma de Maso en que lo doy aquí por consideraciones lingüísticas relacionadas con la lengua bereber de que debe proceder según los expertos, pero también se ve escrito Mazo, seguramente por la influencia ejercida por su similitud con la voz homófona del castellano. En cuanto a su significado por el bereber, como de costumbre, los entendidos no se ponen de acuerdo.
Segundos volcanes: dos que entraron en erupción simultaneamente
Después de La Caldera de los Cuervos entraron en erupción en segundo lugar, en el mismo día, otros dos volcanes. Lo hicieron el 10 de octubre, tal como consta en el escrito de Simancas enviado a la Audiencia de Canarias por el Ayuntamiento de Lanzarote con fecha 17 de ese mes, y en otros escritos más de la época, y no el 18 como figura por error en el Diario del cura de Yaiza.
En el escrito de Simancas, después de referirse a los daños ocasionados por el primer volcán, se declara: “De presente ha reventado otro volcán en diez del corriente a las cinco de la tarde con poca diferencia, distante tres cuartos de legua del primero, con la circunstancia de haber abierto dos bocas, la una de la otra a tiro de buen mosquete apartadas, y muy cerca la primera de la iglesia quemada de Santa Catalina, y la otra de Mazo, echando por esta tanto fuego y arenas que a distancia de tres y cuatro leguas se siente la incomodidad que obra en la vista y el daño que hace en los tejados y tierras”.
La primera boca que el documento dice haberse abierto cerca de la iglesia de Santa Catalina debe ser, casi con toda seguridad, por la ubicación que dicho documento le asigna con respecto al pueblo con el que la relaciona, el volcán conocido en la actualidad con el nombre de La Caldera de la Rilla, que se encuentra a unos 3,5 Km al OSO del caserío de Tinguatón, la barriada de Tinajo.
Se trata de un volcán de planta ligeramente oblonga, de unos 500 m de largo en su eje mayor y una altura máxima sobre la base de unos 50 m. Sus faldas se hallan recubiertas de una gruesa capa de lapillis muy negros entre los cuales se ven otros piroclastos de mayor tamaño, a modo de pedruscos escoriáceos del mismo color, que sobresalen semienterrados en la arena. El cráter, por su parte, es de paredes rojizas muy pendientes y muestra en el fondo, que es de color oscuro fuliginoso y se encuentra algo por debajo del nivel del suelo exterior, un abombamiento cruzado todo a lo largo por una especie de grieta de trazado algo errático con ramales laterales a modo de figura esquemática de rayo o de raíz de planta.
En el mapa militar de 1949 se le denomina erroneamente Caldera de Santa Catalina, seguramente por confusión con la montaña de igual nombre, La Montaña de Santa Catalina, que está casi contigua a ella por su lado N, sospecha que queda reforzada por el hecho de figurar esa montaña innominada en dicho mapa. No obstante en la edición última del mapa militar, la de 1986, se corrigió este error por indicación mía, si bien se escribió su nombre en la forma Montaña de Santa Catalina, privándolo del artículo inicial, que debe llevarlo, partícula que sí se le puso en el mapa del Parque Nacional de Timanfaya con la toponimia actualizada por mí.
Este volcán de La Rilla debió ser, contrariamente a lo que se dice en el pasaje del documento de Simancas transcrito, pues en esa dirección apuntan mayoritariamente, como se verá, los datos conocidos, el que expulsó las enormes nubes de lapilli negro que al caer cubrieron un área en torno suyo de unos seis a ocho kilómetros de radio, gran parte de la cual fue posteriormente recubierta por coladas emitidas por nuevos volcanes, razón por la cual en la actualidad sólo quedan al descubierto las partes que por su posición en terrenos situados a más alto nivel no alcanzó la lava a cubrirlos, contribuyendo también, naturalmente, a soterrar ese lapilli negro los propios conos volcánicos emisores de la lava, los cuales quedaron a su vez cubiertos por los piroclastos de coloración rojiza por ellos mismos expulsados.
Los límites que esa capa de lapilli negro alcanzó, medidas las distancias a partir del foco emisor de La Caldera de la Rilla, fueron los siguientes: Por el NO llegaron hasta el mismo pie del gran volcán de Caldera Blanca, lugar que dista del foco emisor más de 3 Km, no habiendo podido extenderse más allá a causa de la infranqueable barrera que la enorme mole de ese cono volcánico les oponía. Por el E las arenas se extendieron hasta alcanzar la localidad de La Florida, distante unos 8 Km. Hacia el SO se expandió el lapilli hasta las proximidades de Uga, localidad situada a más de 6 Km de distancia. En dirección S los lapillis llegaron a cubrir las faldas que miran hacia el volcán emisor de la serie de montañas que cierran la zona de La Geria por el lado de naciente, rebasando a dichas montañas en muchos puntos, al tiempo que contribuyeron a aumentar el espesor ya de por sí considerable que habían alcanzado con anterioridad en el territorio de La Geria con el aporte de lapillis procedentes del anterior volcán de La Caldera de los Cuervos. Y finalmente, por la parte de poniente toda la arena que había sido expulsada por el volcán en esa dirección quedó luego sepultada por Las Montañas del Fuego al formarse éstas más tarde en el lugar que las mismas cubrían, así como por las lavas emitidas por este complejo volcánico que cubrieron hacia el O hasta el mar toda aquella extensa zona de la isla.
El protagonismo de este volcán como emisor de las densas nubes de lapilli negro que cubrieron esa extensa área del territorio afectado por las erupciones se desprende de determinadas observaciones hechas sobre el terreno y de lo que manifiestan al respecto, de un lado el manuscrito del cura de Yaiza cuando dice que “se formaron tres nuevas aberturas inmediatamente sobre la calcinada Santa Catalina que arrojaron densas nubes de humo con las que se esparció por los alrededores una increíble cantidad de lapilli, arena y cenizas” , y de otro el escrito de Simancas del 17 de octubre citado, en el que se declara que el volcán –si bien, como ya apunté, atribuye equivocadamente esta actividad a la boca que se abrió, según el documento, hacia Maso– “arrojaba tanto fuego y arenas que a distancia de tres y cuatro leguas se siente la incomodidad que obra en la vista y el daño que hace en los tejados y tierras”, a lo que añade: “Se sabe por cierto que la vega de Tomar [error por Tomaren], las vegas del pueblo con que confina y otras muchas de particulares, con los lugares de Testeina, Guagaro, Conil, Masdache, Guatiz [debe ser error por Guatisea], Calderetas y San Bartolomé con sus distritos se hallan tan perdidos por lo que han subido dichas arenas que las tierras están incapaces de cultivo, los aljibes y maretas sin agua y perdidas totalmente las acogidas; las casas casi tapiadas, los pajeros trabajosos; el cual estrago también se toca en la Geria Baja, la Vega del Chupadero y parte de Uga. A que se llega que dichas arenas han cubierto no solo las vegas, tierras y lugares expresados, sino también todo lo montuoso y términos de los ganados mayores”, termina diciendo.
Una pequeña objeción podría hacerse no obstante al pasaje del Diario del cura: que declare haber sido tres las aberturas que se formaron en vez de una como a primera vista pudiera pensarse que ocurrió. Aunque tampoco es imposible que haya sido así, pues no es inverosímil que al principio la salida de los piroclastos se produjera por tres chimeneas diferentes del volcán. Tal como lo vemos ahora, si no tres sí puede apreciarse perfectamente la existencia de al menos dos, la del cráter principal y la de otro más pequeño adosado a él por su costado oriental, y sabido es que los volcanes sufren muchas transformaciones durante su proceso eruptivo.
De las observaciones hechas ‘in situ’ a que aludía más atrás, que apuntan a que el volcán que reventó junto o encima de Santa Catalina debió ser La Caldera de la Rilla, pueden aducirse las siguientes argumentaciones: En primer lugar, que de todos los volcanes que se abrieron en esta zona afectada por la caída de los lapillis este es el único cuyo cráter se halla practicamente libre de tales materiales piroclásticos, lo que prueba que fue él el que los emitió. En segundo lugar, que dicho volcán ocupa aproximadamente el centro geométrico del área cubierta con las referidas arenas o lapillis, lo que parece apuntar en buena lógica a que debió ser de él de donde salieron; y como tercer y último argumento el hecho de que sea sobre dicho volcán o en su inmediatez donde se encuentran los fragmentos escoriáceos de mayor tamaño expulsados del volcán, así como el lapilli de granulación más gruesa de la referida zona, cuya caída junto a la boca de salida resulta natural y lógica por efecto de su mayor peso.
Fue durante la erupción de este volcán de La Rilla cuando se produjo el raro suceso de la muerte de algunos animales domésticos asfixiados, según se dijo, por ciertas exhalaciones letales desprendidas por las arenas volcánicas como reacción al haber quedado empapadas por las aguas de unas lluvias que se habían producido en aquellos días.
Sobre este sucedido conviene hacer notar que el Diario del cura de Yaiza exagera de forma manifiesta sobre los efectos mortiferos de estos efluvios magmáticos al decir que “El 28 de octubre cayó muerto el ganado de toda la comarca asfixiado por las emanaciones pestilentes que caían en forma de gotas”, ya que otros dos escritos de la época, mucho más fiables al tratarse de documentos originales, de primera mano por lo tanto, dan una versión más restringida de esas muertes en cuanto a la extensión del territorio afectado respecta. El primero, un escrito del Alcalde Mayor de Fuerteventura dirigido al Regente de la Real Audiencia de Canarias, de fecha 30 de noviembre de 1730, quien parece haber recogido la noticia de boca de gente que llegó a su isla huyendo de los volcanes, declara: “En un pueblecito que llaman La Geria, dicen y es muy cierto, echa tan mal olfato la tierra en partes que los animales se caen muertos. Pasando once reses vacunas por este lugar todas once cayeron muertas. Lo mismo ha sucedido con otras de la misma especie, jumentos, perros, gatos y gallinas, de que infieren que con las lluvias, vaporizando la tierra, se puede levantar alguna epidemia”.
El segundo documento, una comunicación enviada el 29 del mes siguiente a la misma institución por la Junta de Gobierno establecida en Lanzarote para atender a las necesidades creadas por los daños que iban ocasionando los volcanes, manifiesta que “se murieron repentinamente las reses vacunas que transitaban por Las Gerias y Chupadero, lo que se atribuye al subido olor a azufre que vaporiza la tierra por unos que llaman jameos, los que algunos de esta Junta y otras muchas personas han cruzado a pie y a caballo sin que se haya sentido el más leve accidente”.
Como se ve, mientras en el relato del cura se dice que la muerte de los animales se produjo “en toda la comarca”, los otros dos documentos limitan los mortíferos efectos de tal fenómeno a la zona de La Geria y Chupadero, paraje este último que sigue inmediatamente al SO del primero. No obstante hay que reconocerle al Diario del cura el hecho positivo de dar la fecha en que ello ocurrió, cosa que no hacen los otros documentos.
En cuanto a qué volcán de los que hoy se alzan en esta región afectada por las erupciones fue la otra boca que se abrió el mismo día 10 de octubre, hay que reconocer que no se sabe con certeza cuáj pueda ser. Pienso, no obstante, que podría tratarse del cráter en herradura que se formó en primer término en el conglomerado montañoso de El Señalo, el cual hace en la actualidad de basamento del conjunto, sobre el que se edificó luego el cono superior del volcán así llamado, pues aparte de esta posible condición de prioridad cronológica en su formación con respecto a cuantos surgieron en este paraje de la isla en aquellos años, su emplazamiento casa bastante bien con la distancia de “un tiro de buen mosquete” que se da entre él y La Caldera de la Rilla, el otro volcán que se abrió el mismo día.
Mas si bien la distancia de “un tiro de buen mosquete” que separaba a las dos bocas entre sí puede darse como admisible, no ocurre lo mismo con la que implicitamente se da a entender que existía entre este segundo volcán y la aldea de Maso según la frase “muy cerca” con que se expresa el documento, ya que este pueblo tenía que encontrarse, como hemos visto al tratar de su ubicación, bastante alejado del volcán en cuestión, casi con seguridad a más de 2 Km de distancia. En consecuencia la frase “muy cerca” debe responder a un mal entendido del redactor del documento al interpretar por error, posiblemente en comunicación verbal, lo que debió haber sido ‘hacia Maso’ o algo por el estilo.
Un fenómeno sumamente llamativo de naturaleza hidrotermal que se da en este grupo de cráteres de La Montaña del Señalo, que no he visto nunca comentado por los geólogos que han estudiado más a fondo la volcanología de Lanzarote, es el que tiene lugar en la parte más elevada de la pared O de este cráter en herradura subyacente sobre el que se apoya el cono superpuesto de la montaña, el cual recibe el nombre de Lomo Enchumbado por hallarse, tal como su nombre indica, empapado de agua, que eso es lo que significa este canarismo de origen portugués. Tal fenómeno, cuya existencia he tenido ocasión de constatar al menos en dos ocasiones con una decena de años de intervalo, la primera en junio de 1982 y en diciembre de 1992 la segunda –publiqué un artículo sobre el mismo en el semanario LANCELOT de 23-X-1993–, consiste en que dicho lugar ofrece un estado de humectación extrema, algo así como se encuentra un suelo fangoso en la orilla del mar al quedar al descubierto a marea baja, aunque en este caso acompañado de calor, naturalmente de origen volcánico. El aspecto que presenta este lugar es verdaderamente extraño: un suelo constituido por pedruscos escoriáceos de subido color rojizo, medio enterrados en una especie de arenilla terrosa en la que resuma el agua a ojos vista, cuya cantidad aumenta en forma claramente apreciable a medida que se ahonda en el suelo, siguiendo la misma progresión el calor geotérmico que la acompaña.
Consecuencia de este alto índice de humedad es la presencia en el lugar no sólo de un crecido número de juncos –el ‘Juncus acutus’ común en el parque nacional–, si bien no muy desarrollados, consecuencia, intuyo, de la alta temperatura del subsuelo que no deja profundizar a las raíces, sino además de no escasos musgos almohadillados de intenso color verde y, sobre todo del popular culantrillo (‘Adiantum capillus-veneris’), pero no en oquedades umbrosas, sino en sitios expuestos durante la mayor parte del día a una insolación directa.
He pensado si este fenómeno de acuosidad tan acentuada pudiera tratarse de los remanentes de lo que en un principio de la erupción del volcán pudo haber sido una fuerte emisión hídrica mezclada con otros materiales de proyección aérea que tenga alguna relación con “las gruesas gotas de agua, como si lloviera” que según nos cuenta el cura de Yaiza cayeron cuando se abrieron, según él, las tres bocas sobre Santa Catalina el 18 de octubre, que para otras fuentes, según ya he explicado, fueron dos, pero el 10 del mismo mes, separadas entre sí por “un buen tiro de mosquete”, la más próxima de las cuales a Maso he identificado en líneas atrás con este cráter en herradura en cuya cima se produce el fenómeno en cuestión.
La Montaña de Maso
Se trata del cono volcánico de considerables dimensiones que se alza aislado a medio camino entre el grupo de Las Montañas del Fuego y la gran Caldera Blanca. Aunque ahora se le conoce con el nombre de Montaña Negra por la gente de las localidades próximas y figura en el Mapa Militar de 1953 con el de Caldera Roja, parece no obstante seguro que a principios del siglo pasado era llamado La Montaña de Maso, nombre que a instancias mías se le restituyó en la edición última de 1986 del citado Mapa Militar.
Que este de La Montaña de Maso fue su nombre antiguo se desprende de lo que manifiesta Hernández-Pacheco en su obra Estudio geológico de Lanzarote y de las isletas canarias, pues basándose en lo que dice el manuscrito del cura de Yaiza sobre el volcán se inclina decididamente por identificarlo con la montaña que se formó sobre el pueblo de Maso, según expone en el siguiente pasaje: “Este volcán, a juzgar por el relato que el cura de Yaiza, testigo presencial de la catástrofe, hizo de las erupciones de 1730 a 1736, debió ser el que se levantó sobre el poblado de Mazo, que existía sobre el emplazamiento de la montaña, en recuerdo del cual debe lleva su nombre”. Supongo que el autor deba referirse al pasaje del mencionado documento, que dice: “El 18 de junio se formó un nuevo cono en medio de los que se levantaban entre las ruinas de Mazo, Santa Catalina y Tíngafa. Un cráter lateral arrojó cenizas y relámpagos en cantidad, y de otro, sobre Mazo, ascendía mientras tanto un vapor blanco que hasta entonces no había sido observado”.
Este volcán debe ser, con toda probabilidad, el que reventó en 20 de enero de 1731, pues así parecen acreditarlo varios documentos de aquellos años que a continuación transcribo en aquello pasajes que hacen referencia directa a esta cuestión.
En primer lugar hay uno dado a conocer por don Santiago Cazorla León, fechado en 15 de febrero de 1731, que fue enviado por el vicario de la isla al obispo de la diócesis. En él se dice: “En carta del 16 del pasado di aviso a V.S. de lo sucedido hasta dicho día en el cual cesó el volcán que subsistía ardiendo –debe referirse, por las fechas que da, al que se abrió hacia el lado de Maso de los dos que entraron en erupción el 10 de octubre, pues el cercano a Santa Catalina se había apagado mucho antes–, y el día 20 del mismo mes –continúa– reventó otro distante de aquél medio cuarto de legua en el paraje donde era la aldea de Maso, y éste ha abierto otras tres bocas que forman distintas montañas. Y éstos han aumentado las ruinas de los antecedentes porque han arrojado muchísimas arenas que a los lugares de La Geria, Guagaro, Conil, Masdache, Testeina y San Bartolomé los han acabado de perder totalmente y de nuevo han estragado La Vega de Temuime, los lugares de Yaiza, Uga y Tíngafa con los territorios, términos y sembrados de aquellas comarcas y aún han alcanzado a toda la costa del Puerto y a la de Teseguite, que queda de esta Villa arriba”.
Está claro que este documento peca por exceso en cuanto a la profusión de los piroclastos expulsados por este volcán respecta, al menos en lo referente a su densidad, pues de haber sido tan abundantes como en él se dice no tendría explicación lógica que no hayan quedado restos claramente perceptibles en los terrenos antiguos que se extienden entre él y las zonas que dice haber alcanzado de Teseguite y Arrecife, en mayor cantidad, como es lógico, cuanto mas cerca se hallen del foco emisor. Y no digamos en el fondo de La Caldera de la Rilla, que se halla bastante próxima al volcán que los arrojó, la cual, como hemos visto, existía con anterioridad a la apertura de este nuevo volcán, por lo que el interior de su cráter tendría que mostrar una cantidad de dichos materiales claramente apreciable, cosa que como ya he referido no ocurre. Por el contrario, en cuanto a la distancia de “medio cuarto de legua” que dice haber entre el volcán del 10 de octubre que los documentos relacionan con Maso y este nuevo volcán, debe pecar por defecto, pues ya se ha visto que esa distancia tuvo que ser mucho mayor.
Otro de estos documentos, más preciso y explícito en cuanto a delimitar el emplazamiento del volcán en cuestión, es la carta que las autoridades lanzaroteñas don Pedro Brito y don Melchor de Arvelos enviaron al presidente de la Real Audiencia de Canarias el 19 de febrero del mismo mes. En este escrito se declara que “El volcán abrió nueva boca el día de San Sebastián [20 de enero] en el lugar que había quemado de Maso”, palabras que vienen a acreditar, de forma aún más concluyente si cabe, que ese nuevo volcán surgido en la expresada fecha no puede haber sido otro que esta montaña que nos ocupa.
Y un tercer documento confirmatorio de haberse abierto un nuevo volcán en el día señalado es la comunicación de la Real Audiencia al rey, de fecha 1 de abril de 1731, cuando dice refiriéndose a la marcha de las erupciones: “La segunda suspensión fue de siete días a los principios de enero, de que resultó abrir cuarta boca el día veinte con duplicado estruendo, ímpetu y daño, suspendidas las bocas antecedentes”.
Aunque en este escrito no se determina la situación del volcán al que hace referencia, el conjunto de lo que en él se dice, apoyado en la coincidencia de fecha, apunta de forma clara a la identificación del mismo con el que está siendo estudiado.
No obstante los argumentos hasta aquí esgrimidos, lo cierto es que algunos geólogos actuales piensan que este volcán pudiera ser anterior a las erupciones de 1730 (J. C. Carracedo y E. Rodríguez, op. cit., p. 61). Mas aparte de lo que se acaba de exponer, que es de por sí poco menos que resolutorio en su identificación, el aspecto que presenta en general parece rechazar tal antigüedad. Su colorido exterior rojizo, enmascarado en partes por rociadas de arena volcánica negra –seguramente procedente de los vecinos volcanes adventicios de Las Montañas del Fuego que se abrieron con posterioridad, señaladamente el llamado La Montaña del Pajerito, que presenta en sus faldas una coloración oscura acentuada–, sus dos cráteres en herradura yuxtapuestos, de laderas muy pendientes, recubiertas de arenas de color rojo subido como ocurre en la mayor parte de los conos que se formaron en esos años, y el curioso montículo, sin duda también de formación reciente, con toda probabilidad relacionado con el volcán, que se yergue a un par de cientos de metros al NO de su cráter mayor, rematado por un afilado pináculo terminal en cuyo vértice superior se abre una pequeña boca en forma de cisura por la que parece haber arrojado tierra arcillosa resultado de un raro fenómeno efusivo, parecen muestras inequívocas de una formación ocurrida no muchos años atrás.
Las Montañas del fuego
El grupo de volcanes que conforman Las Montañas del Fuego está integrado en sentido estricto, si nos hemos de atener al uso toponímico de tradición popular, por la llamada ahora La Montaña de Timanfaya y sus conos adláteres o contiguos a ella, formados, con toda probabilidad, después de La Montaña de Maso que se acaba de describir.
De la de Timanfaya, habiendo comentado ya en el capítulo Impropiedad del nombre Timanfaya dado a la erupción lo relativo a su denominación, voy a tratar ahora lo concerniente al momento en que se formó, pues, como decía un poco más atrás, hay, siguiendo una tradición muy arraigada entre los volcanólogos más antiguos, algunos que aún le asignan una edad anterior, al menos en su parte alta, a la de esta famosa erupción del siglo XVIII. No obstante hay que decir en honor a la verdad que la mayoría de los especialistas en ciencias geológicas que se han ocupado modernamente de Lanzarote rechazan tal posibilidad basándose fundamentalmente en el aspecto de manifiesta recientez que presenta el volcán. Yo me alineo decididamente con estos últimos, no sólo por esa razón de modernidad que lo caracteriza, sino por otras consideraciones que se exponen a continuación.
Se arguye, por ejemplo, que la montaña era anteriormente más pequeña que ahora y que quedó sepultada bajo los materiales eyectados durante la erupción del siglo XVIII. Pero a tal posibilidad se opone el hecho de que sea precisamente en la parte cimera del volcán donde se ha pretendido identificar los restos de su antigua estructura, cosa poco menos que imposible de sostener, puesto que la cúspide forma parte integral de la pared sur del cráter principal, que es sin duda alguna de formación moderna, en cuyo filo superior se detectan, por cierto, desprendimientos de calor geotérmico perfectamente apreciables, cuyo origen sólo puede haberse producido unos pocos siglos atrás.
Otro argumento que parece contradecir una formación antigua de este volcán es la acentuada forma de cráter de herradura, de pared dorsal elevada, que tiene el contiguo volcán de La Montaña del Valle de la Tranquilidad, cráter en herradura que se halla a sotavento de Las Montañas del Fuego y está abierto mirando precisamente hacia el grupo de dichas montañas.
Este volcán del Valle de la Tranquilidad, habida cuenta del baño de arenas rojizas que lo tapiza de forma uniforme incluyendo las paredes interiores del cráter, tuvo que formarse con anterioridad cuando menos a La Montaña de Timanfaya, de cuyo conjunto de cráteres debieron proceder dichas arenas rojizas. Pues bien, como esa forma característica de cráter en herradura con pared dorsal elevada de La Montaña del Valle de la Tranquilidad debe ser sin duda producto de la acumulación de los materiales de proyección aérea más pesados que durante su formación el ímpetu del viento, que tenía que venir forzosamente, dada la configuración del volcán, de la dirección de Las Montañas del fuego, iba impulsando hacia atrás, la conclusión lógica es que en ese entonces Las Montañas del Fuego no existían aún, pues de otro modo se hace difícil comprender cómo pudo el volcán adquirir esa forma tan acentuada en herradura teniendo a Las Montañas del Fuego frente a él interceptando el paso del viento.
También el hecho de que el antaño renombrado Lomo del Azufre, situado a una cincuentena de metros de la cumbre de La Montaña de Timanfaya por su lado de naciente, justo por donde ahora pasa la carretera turística de La Ruta de los Volcanes, mostrara un abundante contenido de ese mineral en 1906 cuando Hernández-Pacheco subió a la montaña, que fuera aún bien visible por los años sesenta de ese mismo siglo –de lo que yo puedo dar fe personalmente–, y que apenas queden ya unos escasos vestigios, podría constituir, dada esa rápida disminución de azufre en tan corto espacio de tiempo, una confirmación de la edad moderna de la montaña.
No obstante, a mi juicio la prueba de orden geológico más concluyente en determinar la contemporaneidad de la montaña con las demás pertenecientes a esta erupción, que hace innecesarios a todos los demás argumentos, es sin duda la que ya insinué al hablar de La Caldera de la Rilla, es decir, el hecho de que hallándose La Montaña del Fuego dentro del área afectada por la lluvia de lapillis negros expulsados por dicha caldera –La Montaña de los Miraderos, por ejemplo, situada a menos de 1 Km de distancia de esta de Timanfaya, se halla totalmente cubierta por una gruesa capa de lapillis negros de esa época– esté sin embargo recubierta por arenas rojizas. Esta circunstancia prueba, de forma indubitable, que este revestimiento de piroclastos colorados se produjo con posterioridad a la erupción de La Caldera de la Rilla, la emisora de los lapillis negros.
Esta explicación de determinación cronológica se debe hacer extensiva a otros conos volcánicos que puedan encontrarse en la misma condición de dudosa adscripción a estas erupciones, como pudiera ser el caso, además de con éste en su parte alta, como ha quedado dicho, con el de La Montaña de Maso, también comentado, La Caldera del Corazoncillo y otros varios que hallándose dentro del área cubierta por el lapilli negro, presenten un revestimiento de arenas rojas.
Por si no bastara con las pruebas de naturaleza geológica expuestas, existe además un argumento de índole histórica o de transmisión oral que supone un testimonio confirmatorio, poco menos que irrefutable, de la pertenencia de este volcán a la erupción de 1730. Se trata de un escrito firmado por el vecino de Tinajo José Cabrera Carreño, testigo ocular de algunas de las manifestaciones eruptivas de 1824, quien refiriéndose al segundo de los volcanes abiertos en ese año, el llamado en la actualidad La Montaña del Chinero, dice: “El 29 de septiembre, acabada de dar las doce, hizo segunda erupción en el volcán del siglo pasado, a las inmediaciones de unas montañas que llaman del Fuego, que fueron formadas por el volcán”. (C. Romero R.: Crónicas documentales sobre las erupciones de Lanzarote, p. 166. Fundación César Manrique, 1997).
Entiéndase que la primera vez que en este escrito se emplea la voz ‘volcán’ se hace con el significado que siempre se le ha dado a la misma en la isla en el ámbito popular, es decir, con el de colada o extensión de lava petrificada, pues en el lugar en que este pequeño cono volcánico se formó no había antes ninguna otra eminencia montañosa, en tanto que la segunda vez sí debe tomarse en la acepción normal en castellano de cono volcánico, ya que sólo el nacimiento de un volcán propiamente dicho es el que puede dar lugar a la formación de ese cono volcánico.
Como puede apreciarse, en este interesante documento se hacen dos aseveraciones muy importantes sobre La Montaña de Timanfaya: una, que su formación tuvo lugar durante la erupción del siglo XVIII, y otra, que por lo visto siempre se le llamó, conjuntamente con las demás adyacentes a ella de menor tamaño, Las Montañas del Fuego, tal como he venido propugnando desde los comienzos de este trabajo.
La Montaña de las Nueces
También sobre este pequeño cono volcánico, situado unos 3 Km al ONO del pueblo de Masdache, cabe hacer algunas observaciones interesantes que pudieran servir de aclaración a determinados supuestos erróneos que sobre el mismo se han creado o a dudas surgidas sobre su desarrollo eruptivo.
Sabemos que este volcán se hallaba activo en febrero de 1733, pues el obispo Pedro Dávila y Cárdenas, que estuvo en Lanzarote en esa fecha en visita pastoral, dejó dicho en sus Constituciones sinodales, publicadas poco después: “Dios quiera conservarlo del volcán, del que está amenazado”, frase que no puede tener otro significado que el de que la corriente de lava que, proveniente de este volcán, se introdujo en el mar por el puerto de los Mármoles había rebasado ya Tahíche y descendía pendiente abajo en dirección de Arrecife.
Pero su periodo de actividad total debió ser bastante prolongado, pues fueron sus lavas las que destruyeron la ermita de La Candelaria, que se hallaba al S de Morro Chibusque, a unos 4 Km al ENE del propio volcán, hecho que según hacen ver algunos documentos de entonces debió producirse en el año 1734, sin que sea posible precisar el mes en que esto ocurrió. Este templo, precedente del que ostenta en la actualidad el patronazgo de Tías, se encontraba por lo que se ve bastante alejado del pueblo de este nombre.
Fue este volcán de Las Nueces eminentemente efusivo, pues en tanto que la cantidad de lava que expulsó fue enorme, con varias coladas, la mayor de las cuales alcanzó una longitud de más de 20 Km, ya que llegó a ganar el mar por las proximidades de Puerto Naos, por otro lado el cono que formó con los materiales de proyección aérea fue, por el contrario, muy pequeño, pues apenas mide unos 300 m de diámetro en la base por menos de 50 m de altura.
Sus laderas exteriores son muy empinadas y se hallan recubiertas de un gran número de pedrezuelas porosas y ligeras en las que se hunden facilmente los pies al caminar sobre ellas, haciendo un ruido parecido al de las nueces al ser removidas, de donde sin duda debe venirle el nombre. El Mapa Militar, por su parte, lo deja innominado.
Exteriormente, por el lado NE, presenta dos grandes agujeros al modo de los típicos ‘jameos’ de la isla (concavidad formada al hundirse el techo de una caverna volcánica). A través de ellos se ve el comienzo de una gran gruta tubular que según me han dicho personas de edad que vivían en las cercanías, enlaza con La Cueva de los Naturalistas o de Las Palomas, que está situada detrás de Masdache, a unos 2,5 Km de distancia de este pueblo, desde donde continúa hasta llegar al corazón del pueblo de Mozaga, lo que le supone ya de por sí una longitud de más de 7,5 Km en línea recta y algo más si se mide a lo largo de las sinuosidades que forma, sobrepasando por tanto en esta dimensión al renombrado túnel o tubo volcánico de La Corona, del que son partes integrantes La Cueva de los Verdes y Los Jameos del Agua, cuya gruta está considerada como de las más largas del mundo. Pero este de La Montaña de las Nuece, como se ve, lo supera claramente en longitud, y ello sin descartar la posibilidad de que continúe aún mucho más allá de Mozaga, pues en la misma colada, a unos 4 Km de haber rebasado este pueblo, al SO de Nazaret, hay otra gruta de iguales características conocida por La Cueva de las Lagunas, que muy bien pudiera ser continuación suya.
Un fenómeno curioso cuya naturaleza aún no ha sido explicada debidamente es la de la formación de las célebres burbujas volcánicas que se abren en medio de esta corriente de lava, a la altura de Tahíche, llamadas desde muy antiguo por las gentes de los alrededores Los Chabocos de las Palomas, de las que nuestro César Manrique se valió para construir su famosa casa de El Taro. ‘Chaboco’ es un canarismo de origen portugués que significa agujero u hoyo amplio y profundo abierto en terreno rocoso, bien sea de origen natural o hecho por mano del hombre, mientras que lo de ‘las Palomas’ les viene de que en ellos anidaban antes estas aves.
A mi juicio tales burbujas volcánicas no pueden ser en modo alguno producto del escape violento de gases contenidos en la masa lávica que por allí discurrió, como ocurre con las que se producen como parte de la actividad efusiva de un volcán a poco de la salida de la lava, pues de haber contenido el magma surgido tal cantidad de gases como para dar lugar a tan violentas explosiones, es seguro que a la distancia en que se hallan del centro emisor, nada menos que a unos 15 Km, la misma habría tenido tiempo más que suficiente para haberse desprendido de cuantos gases contuviera. Pero es que, a mayor abundamiento, se da el caso de que, según los volcanólogos que la han estudiado, la lava emitida por este volcán era de naturaleza sumamente fluida y en consecuencia poco vacuolar, lo que quiere decir que ya de por sí su contenido en gases era muy escaso. Prueba, efectivamente, de la gran fluidez de esta colada es que alcanzó, conservando la debida temperatura de fundición, la longitud ya dicha de 15 Km hasta este lugar y unos cuatro más hasta alcanzar el mar, en el que llegó a introducirse todavía varios cientos de metros.
Otra importante condición que tuvo que darse en la emisión de esa corriente de lava que muestra la espectacularidad de la erupción que la produjo es que para haber alcanzado esa longitud de tantos kilómetros sin enfriarse calculan los volcanólogos que la lava, además de poseer una extrema fluidez tuvo que haber surgido del volcán a grandes borbotones con una tasa de efusión de 80 m3 por segundo como mínimo.
Descartada, pues, la formación normal de tales burbujas volcánicas cabe entonces preguntarse cómo se formaron. Pues bien, la única explicación plausible que veo es que haya sido a consecuencia de la explosión de sendos aljibes pequeños que se hallaban en aquel lugar al ser recalentada el agua en ellos contenida por la ardiente lava que se les echó encima. El fondo de tierra –en ellos crecían algunas higueras–, la regular configuración cupular de estas oquedades, la peculiar disposición de las rugosidades undiformes concéntricas de sus paredes con las crestas vueltas hacia arriba, y la regularidad circular de los agujeros o bocas superiores muestran bien a las claras que cuando la explosión se produjo la lava debió hallarse ya en un avanzado estado de viscosidad, de forma tal que tras la potente explosión la estructura pudo conservar la forma abovedada que debido a ella había tomado sin que se desfigurara luego por colapso bajo su propio peso.
Otra consecuencia a que se llega por simple lógica es que la colada que recubrió a estos aljibes, de ser cierta su existencia allí, claro está, debió remansarse marginalmente al sentido del flujo principal de la corriente de la lava, cosa que en efecto puede apreciarse sobre el terreno, quedando inmovilizada en aquel ensenamiento lateral, ya que de lo contrario su desplazamiento hubiera supuesto la deformación de la estructura de los ‘chabocos’. De haber sido esta su formación, seguramente excavando en el suelo terroso se encontrarían restos de las paredes de esos aljibes.
Volcanes no identificados que erupcionaron entre los años 1733 a 1735
Aparte de este volcán de La Caldera de las Nueces y el de Montaña Colorada, de 1735, que se describirá luego, hubo algunos otros volcanes en actividad en los años de 1733 a este de 1735, de los cuales se tiene algún conocimiento por sendas referencias documentales. Así, con fecha 26 de septiembre del primero de estos años existe un documento suscrito por el cura Andrés Lorenzo Curbelo, en el que se dice que “entró en Yaiza el fuego y se llevó cinco casas” (J. de León Hernández y P. Quintana Andrés: ‘Desplazamientos poblacionales y reestructuración del hábitat en Lanzarote entre 1730-1736’, en ‘VIII Jornadas de estudios sobre Lanzarote y Fuerteventura, p. 123), y en otro documento fechado el 12 de enero de 1735 (J. de León Hernández y Mª A. Perera Betancort: ‘Las aldeas y zonas cubiertas por las erupciones volcánicas de 1730-36’, en ‘VII Jornadas de estudios sobre Fuerteventura y Lanzarote’. t 1, p. 560) se mencionan de nuevo daños inminentes por la lava en el mismo pueblo de Yaiza. Asimismo se tienen noticias de que el Puerto de Janubio fue cegado por la lava, por lo que parece en 1734.
Que estos efectos no pudieron, de manera alguna, proceder de los volcanes de La Caldera de las Nueces o de Montaña Colorada, puede afirmarse con absoluta seguridad por la sencilla razón de que es de todo punto imposible que la lava de los mismos pudiera haberse dirigido a dicho pueblo dado el relieve del terreno que los separa.
Parecen ser los candidatos más probables para ocupar el protagonismo de estos hechos algunas de las cuatro Calderas Quemadas, tal como se muestra en el ‘Mapa geológico de la erupción de Lanzarote de 1730-36’ elaborado por los geólogos J. C. Carracedo y E. R. Badiola, editado por El Cabildo de Lanzarote en 1992.
Montaña colorada
Así, Montaña Colorada y no Caldera Colorada, como por error figuraba escrito el nombre en la cartografía oficial, es conocido este volcán por los habitantes de los pueblos circunvecinos según testimonio que he podido recabar de gente veterana de los mismos.
Su cráter, abierto en lo alto del volcán, es tan somero que no se hace acreedor al título de Caldera que se le da en el Mapa Militar, si hemos de atenernos al uso que de este término se hace en la isla como equivalente a cráter. Teniendo en cuenta estas consideraciones le fue corregido el nombre por indicación mía en dicho mapa, en su edición de 1986, cambiando lo de ‘Caldera’ por ‘Montaña’, quedando así ajustado al uso popular.
Se trata de un volcán de mediano tamaño y figura troncocónica bastante regular que se alza a poco más de 1 Km al ONO del caserío de Masdache. Es fácil de reconocer a primera vista desde la carretera central de la isla antes de que atraviese al mencionado pueblo, viniendo de La Geria, por mostrar su flanco de naciente una llamativa e intensa tonalidad rojiza como si estuviera teñido de sangre.
No se conoce con exactitud la fecha en que se inició la erupción de este volcán, pero sí que se encontraba activo en abril de 1735 tal como se verá en los comentarios que se harán seguidamente al tratar de la finalización definitiva de las erupciones del siglo XVIII en la isla. No obstante parece posible afirmar, apoyándose en un acuerdo del cabildo catedral de 20 de mayo de 1735, caso de que el mismo se refiera a este volcán tal como la proximidad de la fecha que en él se cita parece apuntar, que ya podría encontrarse en erupción a comienzos de marzo de ese año, pues en tal acuerdo puede leerse: A las cartas de don Melchor de Llerena y Ayala, hacedor electo de la isla de Lanzarote con fecha 3 de marzo de este presente año en el que da cuenta del lamentable estado de dicha isla con los estragos de los volcanes”.
De otra parte parece muy verosímil que fueran las corrientes de lava de este volcán las que sepultaron el cortijo de Iniguadén, joya del señorío de Lanzarote, ya entonces seriamente dañado por las densas nubes de lapilli expulsadas unos años antes por el volcán de La Rilla ya comentado, si no es que fueron las del volcán precedente de La Caldera de las Nueces, pues tal determinación está confusa.
Por las noticias documentales que se poseen, este volcán tiene todos los visos de haber sido el último de cuantos entraron en actividad en la erupción del siglo decimoctavo, al menos, con casi total seguridad, de los que surgieron por el extremo de naciente de la fractura tectónica que les sirvió de salida, pues ya hemos visto cómo en este mismo año hubo al menos otro cuyas lavas llegaron a Yaiza. Parece además practicamente seguro, en contra de lo que opinan J. Carracedo y E. Rodríguez (op. cit.), que fue este volcán el que vertió la colada cuya detención, según tradición pía, fue lograda mediante la intercesión de la Virgen en el lugar en que luego se construyó en su honor el santuario de Nuestra Señora de los Dolores, pues en este año de 1735 el de Las Nueces ya se habría extinguido.
Por otro lado conviene aclarar que es un error que ha echado profundas raíces en la tradición literaria decir que dicha corriente de lava procedía de Las Calderas Quemadas. La producción de esta confusión debe tener como origen un malentendido creado por el nombre del volcán llamado Caldera Quemada, muy anterior a estas erupciones, ya que está catalogado como perteneciente a la fase eruptiva tercera del Cuaternario, que se encuentra a poco más de 1 Km al SE de la mencionada ermita de Los Dolores, entre el cual y otro pequeño cono llamado El Filete situado próximo y al O suyo pasó la colada en cuestión. Es de suponer que en lo que en un principio consistió en decir que la lava había venido de Caldera Quemada ya que efectivamente pasó rozando a dicho volcán, se desvirtuaría luego cambiándolo en el sentido de atribuirle una procedencia de unos volcanes de entonces llamados Calderas Quemadas en plural. Existe, efectivamente, un grupo de cuatro volcanes alineados entre La Montaña de Timanfaya y Montaña Rajada, que ya mencioné en el capítulo Volcanes no identificados que erupcionaron entre los años 1733 a 1735, mas es de todo punto imposible a causa de la configuración del terreno que alguno de ellos haya podido ser el foco emisor de esta corriente de lava.
Consideraciones sobre la finalización definitiva de las erupciones
El aspecto cronológico puntual protagonizado por este volcán, referido a la finalización definitiva de esta serie concatenada de erupciones, merece un comentario particular más detenido. Aunque como ya he dicho sigue siendo esta erupción la más larga con mucho de las que han tenido lugar en el archipiélago canario en tiempos históricos, es practicamente seguro que no terminó en 1736 como se ha venido dando por hecho hasta ahora, sino un año antes, en 1735. La fecha del 16 de abril que da el geólogo alemán Leopoldo von Buch, y no, por cierto, como finalización de la actividad volcánica en la isla en aquel siglo, sino como fecha ‘post quem’ del final de la misma, único autor que la consigna –¡pues fue él quien la dio y no el párroco de Yaiza como erroneamente se interpreta!– sin aportar ningún dato documental que la confirme, es uno de los errores de mayor envergadura en que se ha venido incurriendo sistematicamente sobre esta erupción al ser aceptada como auténtica por historiadores y geólogos sin molestarse en someter la cuestión al más mínimo análisis crítico, insistiéndose en consecuencia en que su duración fue de seis años.
Pero es que ni siquiera dando por válida esa fecha falsa como final de las erupciones se obtiene un cómputo de seis años de actividad volcánica, pues entre el 1º de septiembre de 1730 en que se iniciaron –sobre cuya autenticidad no existe duda alguna– y esta del 16 de abril de 1736, sólo caben cinco años, siete meses y dieciséis días.
Es, empero, practicamente seguro que la erupción terminó en 1735 y no en 1736, pues de este último año no se conocen referencias históricas, ni explícitas ni implícitas, que permitan inferir la existencia de la menor actividad volcánica en la isla en cuanto a emisión de materiales magmáticos respecta. Otra cosa sería la expulsión de gases remanentes o vahos caloríficos posteriores a la de los materiales sólidos, fenómeno que normalmente suele proseguir durante meses o incluso años después de haberse apagado un volcán.
Se sabe, por otra parte, de autores que escribieron en años posteriores próximos que declaran de forma expresa que las erupciones terminaron en 1735, testimonios que hasta ahora se han pasado por alto inadvertidamente. Entre esos autores se cuentan dos ingenieros militares que vinieron a las islas en misión de servicio poco tiempo después de producirse las erupciones y un renombrado historiador canario que aunque más tardío, su testimonio tiene gran valor probatorio dada su reconocida probidad historiográfica. Me refiero a los ingenieros Antonio Riviere, quien permaneció en Lanzarote varios meses en el bienio 1741-42, y Francisco Gozar, que llegó destinado a Canarias en 1755. El primero, en una memoria que entonces redactó (J. Tous Meliá, ‘Descripción geográfica de las Islas Canarias de don Antonio Riviere’, p. 197. 1997), manifiesta textualmente: “Los volcanes, que empezaron el año 1730, dejaron de vomitar el año 1735”, en tanto que el segundo dice que “no dejaron hasta el año de 1735 de vomitar materias”. (Horacio Capel, ‘Revista bibliográfica de geografía y ciencias sociales’. Universidad de Barcelona, 2001). En cuanto al historiador, se trata de José Agustín Álvarez Rijo, nacido en 1796 en el Puerto de la Cruz (Tenerife), quien, aparte de haber residido varios años en Lanzarote en su infancia y juventud, se preocupó de recoger concienzudamente cuantos datos pudo de la historia de la isla, debiendo haber tenido además trato directo con personas que por su edad conocieron a testigos presenciales de las erupciones. En su obra más conocida Historia del Puerto del Arrecife (Cabildo Insular de Tenerife, 1982) escribe textualmente al comienzo del capítulo XIV la siguiente frase, que aunque muy escueta no por ello resulta menos ilustrativa: “Después del volcán que duró desde el año 1730 al de 1735,...”. Es cierto que en página anterior había dicho del volcán que “durante siete años cubrió gran parte de la superficie de esta isla”, pero tal declaración debe ser atribuida a despiste del autor o a error de escritura, pues una duración tan larga rebasa los límites de lo historiograficamente admisible en este caso.
Merecedor de ser tenido en cuenta sobre este particular de la finalización de las erupciones por lo que de él cabe deducir para determinar el año en que debieron terminar es un documento que se conserva en el Archivo Histórico Provincial de Las Palmas (J. de León Hernández y Mª a. Perera Betancort: ‘La historia bajo el volcán’, en “VII Jornadas de estudios sobre Fuerteventura y Lanzarote, t. 1, p. 559) en que se dice que el 1º de abril de 1735 se reunió en Tinajo un grupo de vecinos que ante el temor de que la aldea fuera alcanzada por una corriente de lava que se dirigía hacia el pueblo decidieron ante escribano, en nombre de todos los vecinos, elegir “por especial protectora a la Virgen María con el título de Los Dolores para que con su intercesión libre este lugar de las ruinas del volcán de que se halla amenazado”.
Como se ve, la reunión de vecinos se produjo un par de semanas antes de la fecha que da von Buch en lo que al mes respecta, y siendo así que según todos los indicios, el volcán que emitió esa colada fue el que puso fin para siempre a dicha erupción, es muy probable, efectivamente, que la misma se detuviera unos días después el 16 de dicho mes en el punto en que se colocó la cruz.
De todas formas la erupción debió terminar algo después, ya que existen noticias de actividad volcánica, las últimas que se sepa, en el mes de mayo siguiente, expresadas en las siguientes palabras: “A las cartas de don Melchor de Llarena y Ayala, Hacedor de Lanzarote, con fecha 20 de marzo, 6 de abril y 1de mayo de este año [1735], en que da cuenta del lamentable estado de dicha isla con los estragos de los volcanes y la ruina que amenaza para la ninguna seguridad de los habitadores en ella, para lo cual pide orden al Cabildo de lo que deba ejecutar en caso de llegar la precisión de quedar sitiados con el fuego los lugares que expresa”. (A. Hernández R.: ‘Documentos inéditos de la historia de Lanzarote’. Ayuntamiento de Teguise. 1991).
Cuál pueda haber sido la causa del error de fecha en el año cometido por von Buch lo ignoro. Pienso que posiblemente se trate de que el número 5 correspondiente al año, grabado en la primitiva cruz de madera que se colocó en el lugar en que se produjo la detención de la lava, se hallara medio borrado debido al tiempo que llevaba expuesta la cruz a la acción de la intemperie, máxime si en un principio no se grabó la fecha con la suficiente claridad, y al colocarse una nueva cruz fuera sustituida dicha cifra 5 por la 6 interpretando por confusión que ésta era la correcta.
Víctimas humanas
La destrucción causada por esta terrible erupción incluyendo poblados, depósitos de agua, campos de cultivo, tierras de pasto e incluso, como se ha visto, muerte de animales domésticos, fue cuantiosa. Sin embargo, en cuanto a lo que siempre se había creído de que no había habido víctimas humanas a consecuencia de la acción directa de los volcanes parece no ser totalmente cierto, pues en un asiento del Libro de Recuerdos de la catedral de Las Palmas, dado a conocer por don Santiago Cazorla León, referido al primer volcán de la serie, el que reventó el 1º de septiembre de 1730, figura una nota escrita al margen que dice: “No peligro de gente; sólo un niño”, lo que demuestra que hubo una víctima humana, en este caso en edad infantil, pero no sabemos si deba interpretarse como víctima mortal o si fue solamente herido.
Contradicciones y deficiencias del Diario del cura de Yaiza
Sabido es que uno de los documentos fundamentales para el conocimiento de esta erupción es el relato redactado en forma de crónica por el cura que entonces ejercía de párroco del pueblo de Yaiza, Andrés Lorenzo Curbelo Perdomo. Existe incluso la tradición de que el promontorio que se alza a espaldas del pueblo conocido por El Lomo del Cura lleva este nombre en recuerdo de este sacerdote, quien se cree que lo eligió como lugar en que apostarse para llevar a cabo sus observaciones sobre la evolución de los volcanes que desde allí caían bajo su campo de visión.
Desgraciadamente el original de este relato se ha perdido. Las últimas noticias sobre su paradero se reducen a su hallazgo por parte de Leopoldo von Buch en Santa Cruz de Tenerife, según el propio geólogo alemán nos hace saber, quien lo tradujo a su lengua materna y lo insertó luego en su citada obra dedicada a las Islas Canarias Physicalische Beschreibung der Canarischen Inseln (Descripción física de las Islas Canarias), que fue publicada en Berlín en 1825, perdiéndose a partir de entonces todo rastro del mismo. Esta versión alemana fue luego vertida al francés por el Ingeniero de Minas C. Boulanger, quien la publicó a su vez en París en 1836, y de esta francesa se obtuvo finalmente la versión castellana, que el geólogo español Eduardo Hernández-Pacheco reprodujo en su libro Estudio geológico de Lanzarote y de las isletas canarias, obra que vio la luz en Madrid en 1909, y que es la que ha sido utilizada desde entonces por los volcanólogos e historiadores de habla hispana.
Esta versión española difiere en algunos aspectos de cierta importancia de la primera en lengua alemana, facilmente detectables al someterlas a confrontación, así como las tres versiones, la alemana, la francesa y la española, difieren en conjunto a veces en aquello en que las tres coinciden, de documentos coetáneos, que al ser directos o de primera mano ofrecen necesariamente una mayor garantía de verosimilitud.
Lo que no se había hecho nunca, que yo sepa, es obtener una traducción española directamente del texto alemán de von Buch, pues hasta la fecha la única que se ha hecho de este relato a nuestro idioma ha sido de la versión intermedia francesa. Tal tarea la he llevado a cabo con la mayor escrupulosidad y exactitud posibles, y de esa nueva traducción me valgo desde entonces en mis trabajos de investigación sobre estos temas volcanológicos de Lanzarote.
Hay que reconocer, sin embargo, que sometido el relato del cura de Yaiza, aún en esta primera o directa traducción alemana, al debido análisis crítico, se observa que su valor documental o historiográfico deja mucho que desear debido a los múltiples errores que contiene.
Como prueba de las inexactitudes de que esta versión alemana adolece –y en mayor medida, claro está, la francesa y la española por acumulación de errores producto de las respectivas traducciones–, expondré a continuación algunos de los casos más conspicuos de tales fallos según el orden en que van apareciendo en el texto.
Empezaré primero con las discrepancias o deficiencias internas, es decir, que existen o se dan dentro del propio Diario entre la versión castellana de Hernández-Pacheco de un lado, más conocida y divulgada hasta ahora, y la de von Buch del otro según la traducción que de ella he hecho, teniendo en cuenta cuando proceda lo que al respecto se diga en la versión intermedia francesa. Una vez tratado este aspecto de la cuestión pasaré a ocuparme de los errores contenidos en el Diario del cura en general, es decir, bien sea en sus tres versiones conjuntamente o por separado en la que corresponda si ese fuera el caso, errores que han sido puestos de manifiesto mediante el correspondiente cotejo con documentos de distinta procedencia coetáneos de las erupciones o de años próximos.
De los primeros, aparte de los ya comentados, he escogido los siguientes:
Decir que fue el 7 de septiembre de 1730 cuando surgió la gran roca que desvió el curso de la corriente de lava del primer volcán, en lugar del 17 como dice von Buch.
Curiosamente, se da el caso de que en esta ocasión debe ser Hernández-Pacheco el que tiene razón, pues la fecha del 17 es imposible dado que este suceso se tuvo que producir antes al menos del día 11 que se da poco después como fecha posterior a la de tal hecho, incongruencia que seguramente advertiría Hernández-Pacheco y pensaría que el número 1 habría sido antepuesto por error al 7, como muy posiblemente pudo haber ocurrido, si bien nada garantiza que esa cifra sea la correcta, ya que cualquier otra posterior a los “pocos días después” que dice el texto de Hernández-Pacheco, y anterior a la del 11, podría ser válida.
Añadir la frase “que arden todavía” –que no figura en la versión alemana, aunque sí en la francesa– en el párrafo dedicado a los volcanes que reventaron simultaneamente en segundo término el día 10, poniendo el verbo en plural. Ese añadido de la traducción francesa fue en todo caso mal interpretado por el traductor al castellano, ya que el mismo debe hacer referencia al pueblo y no a las tres aberturas, como lo demuestra la forma verbal en francés brulait, ‘ardía’, en singular.
Limitar el sentimiento de terror producido por los volcanes sólo a los moradores de Yaiza, siendo así que von Buch lo hace extensivo a la gente de la comarca circundante.
Carecer del párrafo que figura en la traducción de von Buch “El 7 de marzo [de 1731] se levantaron otros conos que vertieron lava en el mar al norte de Tíngafa, la cual fue destruida”, importante no sólo por lo que supone de información novedosa en sí, sino por su relación textual con el párrafo que sigue en el mismo escrito “Nuevos cráteres y montañas surgieron el 20 de marzo a media legua hacia el norte”, que se tradujo en Hernández-Pacheco en la forma siguiente: Nuevos conos terminados en cráteres, se levantaron el 20 de marzo, a una media legua más lejos”. Como es fácil comprender, al hallarse este último párrafo falto de la frase “hacia el norte”, que en von Buch supone una importante precisión orientativa, la misma no tendría valor alguno en Hernández-Pacheco al carecer del párrafo anterior en que se nombraba el lugar que servía de referencia desde donde determinar ese punto cardinal, haciendo en este caso de lugar de referencia desde donde determinar la “media legua más lejos”, “los nuevos conos terminados en cráteres” que “se levantaron el 20 de marzo”, lo cual, obviamente, es falso.
En el párrafo referido al 4 de junio del año 31, en que se dice haberse abierto tres nuevas bocas eruptivas, Hernández-Pacheco llama Timanfaya –por Chimanfaya–, al pueblo cerca del cual se produjo esta erupción, mientras que von buch lo llama Tingafaya. Por el parecido formal del nombre y la posición en que parece encontrarse por lo que cabe deducir de lo que allí se dice, es practicamente seguro que se trate de la aldea de Tíngafa, que había sido sepultada poco antes por los volcanes, como hemos visto unos párrafos más atrás, cuya aldea se halla, por cierto, bastante distante de la de Chimanfaya, cambiándose con ello, por lo tanto, sustancialmente el panorama de lo que se pretende decir.
Hasta aquí algunas de las discrepancias más ostensibles observadas entre la versión de von Buch según la traducción al español hecha por mí y la de Hernández-Pacheco. Veamos ahora los fallos o errores de mayor calado que he podido detectar mediante el cotejo entre esa versión alemana del Diario del cura con otros documentos originales de la misma época.
Un párrafo importante de este manuscrito, por su efectividad en dejar en evidencia la dudosa calidad del Diario del cura como documento histórico, es el que hace referencia a un periodo de tiempo comprendido entre el 6 de mayo y el 4 de junio del año 1731, que reza como sigue: “El 6 de mayo cesaron completamente estas manifestaciones volcánicas [se refiere aquí a un volcán que según había dicho con anterioridad había reventado cuatro días antes, el 2 de mayo], pareciendo que la gran erupción de este mes había llegado a su término. Sin embargo –añade a esto–,el 4 de junio se abrieron tres bocas a la vez”.
Vemos, pues, según la exposición que se hace de los hechos en este escrito, que durante el tiempo transcurrido del 6 de mayo al 4 de junio de este año 1731, los volcanes se mantuvieron totalmente inactivos. Sin embargo existe un documento dificilmente cuestionable que demuestra que tal aseveración es totalmente falsa. Se trata de una carta enviada por el vicario de la isla al obispado de Canarias el 7 de junio de ese año, cuyo contenido, reducido a lo que aquí interesa, expresa lo siguiente: “Habiéndome avisado el cura de Yaiza el 9 de mayo que el fuego del volcán corría con mucha velocidad por aquellos distritos y que nuevamente había reventado otro con tres bocas más cercano al lugar, las cuales largaban mucho fuego, al día siguiente pasé a dicho lugar, y habiendo reconocido el fuego, el cual corría en río por la vega y casas de Vilaflor en las orillas del lugar, no cesando la tierra de palpitar, de repente se apagaron los volcanes y enfrió el fuego que corría. Pero el día 14, a horas del sol puesto, volvió a reventar en una de las montañas que había hecho distante del lugar, y corría por encima del malpaís al mar sin que ofendiese al lugar, y estuvo ardiendo hasta el día 30, que se apagó a media tarde”.
Esta carta, con su claro testimonio sobre la existencia de actividad volcánica en el periodo de tiempo señalado en contra de lo que decía el Diario del cura, deja al descubierto un fallo clamoroso del mismo en su traducción primera alemana y en consecuencia en las dos que de él derivaron, la francesa y la española, fallo que unido a otros errores que se han podido detectar mediante información extraída de otros documentos de aquellos años, cuya autenticidad es incuestionable, pone en evidencia la dudosa calidad historiográfica del célebre manuscrito, poniendo de manifiesto que tal traducción llevada a cabo por el geólogo alemán, se hizo de forma muy descuidada y con muchos fallos, acaso por desconocimiento del idioma español por parte del propio señor von Buch, si es que fue él quien la hizo, o por otra causa.
Aunque lo que viene a continuación no pertenece ya al manuscrito del presbítero de Yaiza Andrés Lorenzo Curbelo Perdomo, conviene aclarar lo siguiente por el equívoco a que ha dado lugar entre los investigadores modernos. Consiste tal particularidad en lo siguiente: Una vez Leopoldo von Buch terminó la traducción del documento –intercalando en el texto, por cierto, consideraciones personales aclaratorias, no muy fáciles de deslindar del texto en algunos casos– el geólogo alemán agregó por su cuenta lo que a continuación se transcribe: “Entonces perdió la gente toda esperanza de que la isla pudiera recuperar de nuevo la calma y huyeron con su párroco hacia Gran Canaria. De hecho –continúa– los temblores de tierra duraron aún sin interrupción cinco años más completos, y no fue antes del 16 de abril de 1736 que se acabaron definitivamente las erupciones”.
Este párrafo, fuera ya, como he dicho, del texto correspondiente al Diario del cura, es un ejemplo paradigmático de la liberalidad interpretativa del traductor, pues carece totalmente de cualquier fundamento histórico que lo avale. De más está decir que ni es cierto que el párroco huyera hacia Gran Canaria –en el texto alemán se dice flohen, pasado del verbo fliehen ‘huir’– atemorizado por el devastador proceso de los volcanes, ni mucho menos que lo secundaran en la huida, marchándose con él, sus parroquianos.
Es de nuevo el canónigo don Santiago Cazorla León, en su calidad de Archivero de la catedral de Las Palmas, haciendo uso del rico acervo documental que se custodia en los archivos catedralicios, quien nos pone en el buen camino sobre este particular. Para ello aporta como testimonio documental una carta de fecha 13 de abril de 1731 que el Cabildo Catedral dirige al Beneficiado Rector de Teguise en la que se acredita que la ausencia de la isla del presbítero Andrés L. Curbelo de ningún modo obedeció a abandono de su cargo en la isla por miedo a los volcanes, sino que su salida de Lanzarote tuvo por causa la perentoriedad de solucionar algunos asuntos personales que tenía que resolver en otras islas del archipiélago. Existe constancia documental de que dicho viaje lo realizó con el debido plácet de sus superiores eclesiásticos, y que una vez resueltos tales asuntos retornó a su isla natal el 2 de junio del año siguiente de 1732, cuando aún los volcanes, como es bien sabido, continuaban con sus estentóreos bramidos expulsando lava y sacudiendo a la isla con la furia de su acción eruptiva.
Con lo que se lleva expuesto queda demostrado de forma clara la escasa fiabilidad que puede inspirar la traducción a que este célebre manuscrito fue sometido por parte del volcanólogo alemán L. von Buch, pues si ya sin haberse hecho de él un estudio suficientemente profundo es posible detectar tantos y tan graves errores mediante el cotejo del mismo con otros documentos de mucha mayor solvencia historiográfica, puede imaginarse uno cuantas irregularidades e inexactitudes más se le podrán hallar sometiéndolo a un examen más detenido y extenso.
A tan negativo panorama hay que añadir, para dificultar aún más la cuestión, que estos males, cumpliendo con la máxima italiana de ‘traduttore traditore’, aumentan en las versiones francesa y española con el paso de una traducción a otra.
Lo que es, en cualquier caso, de lógica elemental es que por defectuosa que sea la primera traducción alemana, al tratarse de una versión obtenida directamente del original redactado por el cura de Yaiza, debe gozar de mayor fiabibilidad para efectos de investigación historiográfica que la francesa y la española salidas de ella.
Digamos, para poner fin a este trabajo de investigación que, como se ha visto, sólo trata una mínima parte del cúmulo de problemas e incógnitas que tan vasto y complejo tema encierra. Sin duda alguna en el futuro se llegará a obtener una secuencia cronologizada de los volcanes surgidos en esta erupción valiéndose para ello del perfeccionamiento de las técnicas de datación de materiales volcánicos y del descubrimiento de nuevos métodos científicos más fiables y efectivos, sin descartar la posibilidad de que aparezcan nuevos documentos con datos novedosos. El tiempo lo dirá, aunque me temo que ese regalo quede ya para venideras generaciones de estudiosos en la materia.
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