viernes, 25 de febrero de 2011

LOS PRIMEROS SEÑORES FEUDALES DE LANZAROTE


 
Por agustín Pallarés Padilla.
(LA PROVINCIA, 10-IV-1976).

Uno de los periodos de la historia lanzaroteña más confusos y enrevesados en cuanto concierne al orden de sucesión en el más alto grado jerárquico de la isla es el comprendido entre el gobierno del francés Maciot de Bethencourt y el más grande de los señores territoriales de Canarias, Diego García de Herrera.
Considerando la seria dificultad que para el no versado en estos temas históricos de nuestra isla supone la clarificación y ordenación de tan complicado proceso sucesorio dada la inextricable maraña de datos que existen dispersos en viejos tratados de historia, muchos de ellos errados, y cuyas correcciones posteriores, al menos en parte, logradas por la moderna investigación, se encuentran desparramadas por un sinfín de monografías y revistas especializadas, no siempre al alcance fácil del público, es por lo que voy a presentar aquí una relación compendiada de los diversos personajes que ostentaron en esa época el mando de la isla.
Sabido es que Maciot de Bethencourt quedó en el archipiélago como lugarteniente de su pariente y conquistador el barón normando Juan de Bethencourt cuando éste regresó a Europa en 1406, ausencia que si bien en un principio se pensó que sería temporal, resultó luego definitiva.
La transferencia de poderes se llevó a efecto el mismo día de la marcha de Juan de Bethencourt, el 15 de diciembre del citado año 1406, quedando Maciot a partir de ese momento al frente de la administración de Lanzarote y demás islas conquistadas que integraban el reino feudatario de las Canarias.
Maciot se mantuvo en el cargo de gobernador en nombre de su deudo por espacio de casi doce años consecutivos, exactamente hasta el 15 de noviembre de 1418, fecha en que su tío Juan, presionado por apremiantes razones políticas, se vio obligado a traspasar el dominio de las islas a don Enrique de Guzmán, conde de Niebla, descendiente por línea directa, en cuarto grado, de aquel archifamoso Guzmán el Bueno de los fastos históricos patrios.
En este punto preciso comienzan las confusiones en el linaje sucesorio al señorío de las Canarias con sede en Lanzarote, ya que algunos autores, llevados de una falsa interpretación de los hechos que arranca de muy antiguo, hacen en este instante titular del señorío a Pedro Barba de Campos, siendo así que este personaje no tuvo otra intervención política en el archipiélago que la de venir como mediador al frente de una armadilla comisionado por el conde de Niebla, a quien la corona había encomendado la misión de requerir a Maciot para que concurriera como parte actuante en la transacción de enajenación del señorío de las Canarias obedeciendo a designios de superior arbitrio, efectuada en la ciudad de Sevilla ante la magistratura competente en la mencionada fecha de 15 de noviembre de 1418.
Mas si infundados son los motivos que provocaron la falsa inclusión de Barba de Campos en la dinastía de máximos mandatarios lanzaroteños, mucho más lo son los que dieron nacimiento a otro señor feudal apócrifo de las Canarias, colocado cronológicamente entre Pedro Barba y el conde de Niebla, al que se aplicó el artificioso nombre de Fernán Pérez, ya que tal señor surgió de un simple error de trascripción de una vieja crónica que hacía alusión al célebre Fernán Peraza el Viejo, personaje de sobra conocido en los anales isleños del siglo XV, cuyo apellido, habiendo sido accidentalmente mutilado por cercenamiento de la /a/ final quedó convertido en ‘Peraz’, de donde se obtuvo por interpretación equivocada el ‘Pérez’ de marras, subsistiendo el error hasta época reciente en que pudo ser subsanado.
Quede bien claro, pues, que el traspaso de las islas de manos de Maciot en representación de su pariente Juan, recayó por tanto en don Enrique de Guzmán conde de Niebla y no en Pedro Barba, que no fue nunca señor de Canarias, ni mucho menos en ningún Fernán Pérez, que ni siquiera existió.
Sin embargo, a pesar de este cambio de dominio, Maciot logró retener para sí el puesto de gobernador dentro del ámbito jurisdiccional del señorío con residencia oficial en Lanzarote, bien que en esta ocasión bajo la superior autoridad del nuevo señor el conde de Niebla, permaneciendo en estas funciones hasta 1430.
Habían surgido en escena mientras tanto unos nuevos concurrentes a la propiedad de las Canarias, quienes fundamentaban sus pretensiones sobre base tan sólida como puedan serlo unos privilegios reales de conquista de las islas aún insumisas (Gran Canaria, Tenerife, La Palma y Gomera), concedidos por Juan II de Castilla a un caballero sevillano llamado Alfonso de las Casas, a pesar de la prioridad de que ya gozaba en este terreno el susodicho conde de Niebla, licencia de conquista que pasó luego a manos de sus herederos.
Hostigado don Enrique de Guzmán por unos rivales de tan poderoso valimiento terminó por claudicar, haciendo finalmente dejación de sus derechos sobre las islas, así las conquistadas como las por conquistar, a favor de Guillén de las Casas, hijo del receptor de los tales privilegios reales, efectuándose esta transacción el 25 de marzo del citado año 1430.
Pero en este traspaso, no sólo que no perdió Maciot su preeminencia jerárquica sobre Lanzarote, sino que logró incluso elevarla hasta las más altas cotas de autoridad permisible bajo la soberana potestad de Castilla, ya que alegando los antiguos méritos de conquista contraídos por la casa francesa que encarnaba, y después de un incidental paréntesis que lo mantuvo apartado del mando de la isla algunos meses a causa de haber sufrido prisión en El Hierro impuesta por su poderoso contrincante, logró, mediante acuerdo concertado entre las partes negociadoras de la cesión y amparada por la pertinente sanción real, obtener la enajenación de Lanzarote del señorío de las Canarias para su exclusivo usufructo y dominio, bien que circunferido a la expresa condición de perderlo automáticamente si vendía la isla a súbdito extranjero sin el previo consentimiento de los Las Casas-Perazas, quedando así de este modo como único y absoluto señor de nuestra isla hasta el año 1448.
Parece ser, no obstante, que a pesar de la propiedad personal de Lanzarote que Maciot ostentaba, debido a circunstancias dimanantes en especial de su extranjerismo, no era su posesión de la isla tan real y efectiva como podría presumirse por su título nominal de señor, desembocando a la postre esta inestable situación en aquella sonada venta clandestina de la isla de Lanzarote que hizo Maciot en 1448 al célebre infante portugués don Enrique, conocido universalmente bajo el antonomástico cognomento de El Navegante, con lo que la isla permaneció teóricamente bajo férula portuguesa hasta finales de 1449 o principios de 1450, ocupando en el ínterin la gobernación un agente del prócer lusitano llamado Antao Gonçalves.
Esta ocupación portuguesa de Lanzarote, que como se ve violaba formalmente la cláusula estipulada en el pacto de cesión de la isla a Maciot relativa a la prohibición de venderla a extranjero, no ha de entenderse empero en el sentido de que la isla fuera a depender por este motivo de la corona de Portugal, ya que la transmisión de poderes no implicaba cambio de soberanía, siguiendo por tanto Lanzarote sujeta al dominio de Castilla, bien que en la práctica de forma un tanto precaria debido a la excesiva injerencia portuguesa en las funciones de administración pública reflejada en la sustitución de los cargos oficiales principales por funcionarios lusos.
No obstante estas subrepticias maniobras políticas tomadas por los portugueses tendentes a enraizar su dominio efectivo de la isla, logran los nativos por las fechas antedichas, mediante un sorpresivo golpe de fuerza, sacudirse el yugo extranjero que insensiblemente iba imponiéndose con diplomática sutilidad. Ya en marzo de 1450 figura como gobernador, erigido por el propio pueblo sublevado, un prohombre isleño llamado Alonso de Cabrera, designando en ese mismo mes el rey de Castilla secuestrario de la isla en nombre de la Corona, hasta tanto se resolviera la irregular situación creada, a Juan Íñiguez de Atabe, quien durante sus necesarias ausencias en la Península conservo en el puesto de lugarteniente suyo al propio Alonso de Cabrera citado.
La situación de secuestro de Lanzarote se prolongó hasta 1455 en que tras un tira y afloja de sus habitantes, remisos a caer de nuevo bajo régimen de señorío, logró Diego García de Herrera, en calidad de consorte de la señora propietaria doña Inés Peraza, recuperar la isla, haciéndosele por fin entrega oficial de ella en la persona de su apoderado Adrián de Benavente el 24 de agosto de ese año 1455, quien ejerció las funciones de gobernador en nombre del matrimonio García-Peraza, sus señores, hasta tanto se incorporaron éstos a su feudo algún tiempo después, aún en 1455 según unos o en el año siguiente según otros.

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