lunes, 18 de abril de 2011

EL CANGREJO PELUDO O “MORROCOYO”



Por Agustín Pallarés Padilla
(LANCELOT, diciembre de 1981)

 
Dromia vulgaris


Las aguas que bañan nuestro archipiélago son bastante ricas en crustáceos, aunque en su mayoría no se trata de especies exclusivas de esta zona del Atlántico sino que abarcan un área de dispersión mucho más extensa, llegando incluso a alcanzar algunas de ellas el rango de cosmopolitas.
Los crustáceos más conocidos en Canarias son aquellos que por sus determinadas características morfológicas caen dentro del concepto de lo que el vulgo entiende corrientemente por cangrejos y que los biólogos en su criptográfica terminología denominan braquiuros a causa de lo reducido de su abdomen, que ha quedado reducido a una simple placa que queda replegada bajo el cuerpo.
Hoy voy a dedicar unas cuantas líneas a uno de estos estrambóticos animalitos marinos con ocasión de haber sido capturado hace unos días un llamativo ejemplar por el joven submarinista Francisco J. Rodríguez García en aguas del Islote del Amor, junto al puerto de Arrecife. Se trata del Dromia vulgaris de los naturalistas, una especie más bien rara en nuestras costas pese a su nombre específico, que en la Península recibe, entre otros, los nombres de cangrejo felpudo o faquín.
En Lanzarote, al menos por Arrecife, se le suele llamar, debido a su aspecto general rechoncho, morrocoyo. Ciertamente, su caparazón abombado recuerda algo a la tortuguita de ese nombre. Llega a una corpulencia bastante notable, ya que puede alcanzar, e incluso sobrepasar, el tamaño de un puño, presentando en conjunto una apariencia de sólida robustez no obstante la manifiesta desproporcionalidad de sus patas, que resultan algo pequeñas en relación al volumen del cuerpo, hallándose por contra dotadas de unas poderosas uñas encorvadas de color oscuro que parecen verdaderas garras. Las correspondientes a los dos pares traseros, particularmente las últimas, son de menor tamaño aún, adoptando una disposición anómala, como si estuvieran sobremontadas en el dorso. Tan extraña conformación obedece al hecho de que las utiliza para sostener con ellas, aferrándola firmemente, una esponja o cosa similar que se echa sobre las espaldas a modo de capote, con lo que evidencia su gran pericia en el arte del camuflaje. Los ojillos, muy juntos entre sí, le dan un aire un tanto malicioso, de confabulador o intrigante. Las pinzas, están bien desarrolladas, quizás en exceso, pareciendo los potentes brazos enguantados de un consumado pugilista mantenidos en prudente guardia. Pero lo que sin duda alguna confiere a esta especie de cangrejo su característica distintiva más notable es la tupida pelambrera de color canelo que recubre todo su cuerpo, verdaderamente más propia de un mamífero terrestre que de un animal de índole tan sustancialmente acuática como el que nos ocupa, particularidad que ha sido motivo de otro de sus nombres populares en nuestra isla, el de ‘cangrejo peludo’.

 

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