domingo, 13 de febrero de 2011

REFLEXIONES SOBRE LA ‘ALGABERA’ DE LIENDA



Por Agustín Pallarés Padilla
(LANCELOT, 22-III-1986)


Cada domingo leo con verdadera fruición, por tratarse de un tema que goza de mi mayor interés, el magnífico trabajo sobre lexicografía canaria debido a la pluma del prestigioso especialista en la materia Francisco Navarro Artiles que se está publicando por entregas en el diario La Provincia bajo el título de Lienda.
Apenas se adentra uno en su lectura se advierte enseguida que nos encontramos ante un estudio concienzudo, poco menos que exhaustivo, de nuestro vocabulario popular apoyado en una copiosa bibliografía.
No se le pueden regatear elogios, ciertamente, a tan meritoria labor investigativa. No obstante, con la venia del admirado amigo Paco, y sólo con el ánimo de ejercer una sana crítica constructiva, me voy a tomar la libertad de expresar la opinión de que echo en falta en su método de trabajo un mayor y más efectivo recurso a las fuentes populares encarnadas en los campesinos y pescadores, auténticos depositarios del acervo lingüístico y folclórico en general de nuestra tierra, un tesoro, por cierto, que urge rescatar antes de que se pierda definitivamente tragado por la vorágine del progreso.
La investigación de gabinete está, por supuesto, más que justificada, pero creo que las fuentes literarias deben usarse en estos casos con bastantes prevenciones, ya que los escritores costumbristas, por mucha calidad literaria que posean, no suelen ser por lo general muy fieles intérpretes de la genuina habla popular; y no digamos de los naturalistas cuando de nombres de plantas y animales hablamos, pues debido a su mayoritaria condición de foráneos, sobre todo los extranjeros, no están lingüísticamente capacitados para captar con la debida propiedad la fonética española, y mucho menos la peculiar nuestra canaria, razón por la cual no es nada raro que transcriban las palabras que oyen con una grafía defectuosa.
Como ejemplo que expresa bien a las claras cuanto estoy diciendo, voy a exponer el caso de la voz ‘algabera’ que se estudia en la sección de Lienda publicada el domingo 16 de febrero último. Se dice allí, citando a varios autores de reconocida competencia, que este nombre, con sus variantes ‘algobera’, ‘algahuera’, ‘algohuera’ y algunas otras, se da en Lanzarote y Fuerteventura a una hierba costera que por lo visto se benefició en tiempos pasados como planta productora de sosa junto con la ‘barrilla’ y el ‘cosco’. Pues bien, en las indagaciones que he llevado a cabo aquí en Lanzarote sobre el particular entre la gente llana del pueblo, en las que he procurado el mayor rigor y escrupulosidad, jamás he podido encontrar a nadie que me haya dado razón de tales nombres aplicados ni a la quenopodiácea que nos ocupa ni a ninguna otra planta silvestre de la isla.
Este pequeño ‘mato’ (canarismo equivalente a mata), conocido cientificamente por ‘Bassia tomentosa’, ‘Chenolea tomentosa’, ‘Suaeda tomentosa’ y otras sinonimias, recibe en Lanzarote el nombre de ‘algoaera’, con cierta tendencia en ocasiones a dar a la /o/ el sonido de /u/, de forma que se oye un ‘algu-aera’ no diptongado, pronunciándose también a veces con /d/ intervocálica, ‘algoadera’, por efecto, pienso, de un refinamiento afectado. Un nombre, como se ve, bastante parecido al de ‘algahuera’, y más aún al de ‘algohuera’ que se dan en Lienda, pero al mismo tiempo perfectamente diferenciado.
Por mi parte sospecho que este nombre vernáculo de la ‘Bassia tomentosa’ debe provenir, por su parecido y habida cuenta de la notable influencia del portugués sobre nuestra habla popular, del de aquella lengua ‘algodoeira’, equivalente al castellano algodonera, significado que concuerda basicamente con el nombre específico ‘tomentosa’ de la planta. Y caso curioso, único y muy significativo en mis investigaciones de campo: en La Santa, pequeño caserío de pescadores perteneciente al término municipal de Tinajo, encontré un señor ya mayor que al mostrarle un gajo de esta planta me dijo, sin haberle insinuado lo más mínimo respecto al nombre, que ellos la conocían por ‘algoaera’, pero que también recordaba haberla oído llamar a gente vieja, en su juventud, ‘algodonera’.
Esto aquí en Lanzarote, pues en cuanto a Fuerteventura concierne tengo la impresión de que debe ocurrir lo mismo.
Con los datos aportados espero haber contribuido con mi granito de arena –o de ‘jable’, como diría un castizo conejero– a esclarecer esta pequeña cuestión fitonímica, exhortando al propio tiempo al amigo Paco Navarro a que no desmaye en la coronación de tan interesante obra, cuya falta se ha estado dejando sentir desde hace mucho tiempo en la bibliografía canaria, pero que la lleve a término sin relegar a un plano tan secundario la fuente de información que supone la ”sabiduría” de nuestras gentes del campo y de la mar.
 

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