Por agustín Pallarés Padilla
(LANCELOT, 21-I-2000)
El nombre Archipiélago Chinijo es de creación muy reciente, de los comienzos de la década de los ochenta del siglo que acaba de expirar. ‘Chinijo’ es término popular exclusivo de Lanzarote –seguramente síncopa de un despectivo ‘chiquinajo’ derivado en ‘chiquinijo’–, que significa pequeño como adjetivo, sustantivado luego con el significado de ‘niño’ en sentido hipocorístico.
El conjunto de estos islotes situados al N de Lanzarote no ha tenido nunca nombre popular colectivo, ni lo ha ostentado tampoco de forma oficial. A todo lo más que se ha llegado al respecto es a definirlo a veces como el ‘archipiélago menor’, especialmente en ambientes literarios o librescos.
Expuestas estas explicaciones sobre el nombre archipelágico o de conjunto de estos islotes, pasemos a continuación a exponer los datos, muchos de ellos simplemente conjeturales, sobre los que podría fundamentarse la razón de ser de los nombres de cada uno de los que lo componen.
La Graciosa. Se ignora el porqué de su nombre. Se sabe, eso sí, que existe desde fechas tan tempranas como mediados del siglo XIV, o últimos decenios de esa centuria. De esa época data el Libro del conosçimiento, escrito por un fraile franciscano anónimo español, en que se menciona esta islita al relatar en él un viaje imaginario que el autor dice haber realizado por el archipiélago canario, si bien se registra con el nombre desfigurado de ‘Gresa’: “Sobi en vn leño –dice el autor, refiriéndose a un tipo de embarcación de aquellos tiempos– con vnos moros e llegamos a la primera isla que dizen Gresa e apres della es la isla de Lançarote”.
Es practicamente seguro que se está refiriendo aquí a La Graciosa, pues la única de las otras isletas con la que el nombre podría dar lugar a confusión por su parecido con esta grafía incompleta es la de Alegranza, pero a ésta la cita expresamente con su nombre correcto a continuación.
Pocos años después se encuentra ya su nombre actual de La Graciosa en el portulano del cartógrafo mallorquín Abraham Cresques, confeccionado por 1375, y otro tanto ocurre un par de decenios después en la Crónica de Enrique III al tratar de la pavorosa razzia a que fue sometida Lanzarote en 1393. En ella puede leerse: “En este año (...) fallaron la isla de Lançarote junto con otra isla que dicen La Graciosa”.
Con estos fehacientes testimonios documentales queda desmontada de forma inapelable la afirmación que hacen Abreu Galindo y Leonardo Torriani al atribuir la imposición del nombre de esta islita a los marinos de la nave de Juan de Bethencourt cuando venían de regreso de uno de sus viajes a Europa, por lo agradable que resultaba a la vista, según dicen. Otro tanto cabe decir respecto a Alegranza, en este caso por la ‘alegría’ que les dio como primera tierra avistable en el regreso, en tanto que el de Montaña Clara lo fue por el pálido color del volcán de que está constituida. Descartadas, pues, estas interpretaciones, todo lo que puede decirse sobre el particular queda reducido a conjeturas y suposiciones.
Yo personalmente tengo la sospecha, o si se prefiere, la intuición, de que el origen de los nombres de La Graciosa y Montaña Clara, al igual que, según opinión generalizada parece ocurrir con Alegranza, deban provenir de los de sendas naves así llamadas, con la salvedad de que en el caso de Montaña Clara el mismo ha sufrido una grave deformación, como explicaré al ocuparme de ella.
Alegranza. Sobre el nombre de esta islita existen fundadas razones de índole histórica para suponer que fuera, efectivamente, el de una embarcación de aquella época de las denominadas galeras, pues una de las dos naves de este tipo que integraban la flotilla de los hermanos Vivaldi, precursores de la navegación atlántica en la edad media, llevaba por nombre ‘La Alegranza’, así con artículo antepuesto como se ve en otros casos de portulanos antiguos, lo que parece darle más verosimilitud a este supuesto. Lo curioso del caso es que a pesar de parecer incuestionable por los datos que se manejan, que esta expedición desapareció al internarse en el Océano Atlántico, muchos investigadores creen que el nombre de la islita debe provenirle de esta nave.
O también pudiera ocurrir que le provenga de otra embarcación de este nombre, pues según el escritor contemporáneo Sandro Pellegrini, ‘Alegranza’ era nombre bastante usado para imponérselo a los barcos en la Génova de entonces, aunque no añade ninguna razón o porqué de tal costumbre.
Montaña clara. Hay que tener en cuenta que el nombre de esta islilla no fue en origen el de Montaña Clara con que lo conocemos en la actualidad, sino el de Santa Clara. Así, de esta última forma, la denominan sin excepción cuantos autores la citan en el siglo XVI y anteriores. El cambio de uno a otro nombre debió comenzar a gestarse en el siglo XVII, pues ya en la penúltima década de esa centuria la llama el historiador canario Pedro Agustín del Castillo Montaña Clara, y lo mismo hacen en el siglo siguiente Viera y Clavijo y otros autores. Prueba de que aún no había arraigado de forma definitiva en este último siglo la nueva denominación es lo que declara el ingeniero José Ruiz Cermeño en un Informe que redactó con ocasión de su visita a Lanzarote en 1772, al decir:”Al SO de La Graciosa se halla la isla de Santa Clara, llamada por otro nombre Montaña Clara”.
En lo que respecta a la nacionalidad del buque supuestamente impositor del nombre, considerado éste, naturalmente, en la forma primitiva de ‘Santa Clara’, las posibilidades de una filiación italiana se acrecientan si tenemos en cuenta que la santa de este título, fundadora de la orden de las clarisas, se hallaba en todo su apogeo de devoción en aquellos tiempos del auge marinero de la república de Génova, ya que había sido canonizada sólo unos años antes de la odisea de los hermanos Vivaldi, lo que hace aún más verosímil la posibilidad de que fuera bautizado un barco con su nombre.
El Roque del Este. El nombre de este pequeño islotillo es también muy antiguo. El ya mencionado Libro del conosçimiento lo grafía ‘Racham’, pero el autor portugués Valentim Fernandes, a comienzos del siglo XVI, le da ya el nombre de Roque.
Cuál pueda haber sido el cauce seguido por esta voz para llegar al habla de Canarias no lo sabemos, pero lo cierto es que hoy constituye un término, en esta acepción de ‘peñasco grande sobresaliente en el mar o en tierra’, privativo de nuestras islas.
El Roquete. En mapas oficiales o en obras de divulgación geográfica se le titula ‘El Roque del Oeste’ y en ocasiones ‘El Roque del Infierno’. Pero lo cierto es que a nivel popular en Lanzarote se le conoce siempre con este de El Roquete, así en diminutivo, que le asigno aquí, el cual, por su reducido tamaño, le encaja perfectamente. Y asimismo, aunque lo normal en obras impresas es que prevalezcan las denominaciones antedichas, ha habido casos en que se le ha llamado de este modo usado por la gente del pueblo, El Roquete. Como ejemplos en esta dirección pueden citarse el mapa levantado por el equipo del ingeniero militar Antonio Riviere en 1744 y el de Gregorio Chil en 1876.
Tampoco he podido saber la causa que indujo a bautizarlo con el truculento nombre de ‘Roque del Infierno’ que se le ha venido dando desde el siglo XVIII al menos, como hicieron, entre otros autores de nombradía universal, A. von Humbolt y J. Bory de Saint-Vincent.
Otro nombre que se da en el extremo norte de Lanzarote, próximo por tanto al Archipiélago Chinijo, que podría venir en apoyo del origen italiano de algunos al menos de sus islotes, podría ser el de Órzola, que antes se escribía con /s/, pues Orsola es el equivalente en aquella lengua de Úrsula, nombre de mujer, y Santa Úrsula, como es sabido, fue una de las ‘once mil vírgenes’ martirizadas, que gozó también de gran veneración en siglos lejanos, cuya historia entronca con los comienzos del cristianismo.
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