lunes, 2 de mayo de 2011

‘CONEJERO’

Q

Por agustín Pallarés Padilla
LANCELOT, 17-II-1996)


La voz ‘conejero’, con sus variantes de género y número naturalmente, comenzó a ser utilizada en Canarias sólo como gentilicio equivalente a lanzaroteño, para pasar posteriormente a aplicarse por extensión en grado de adjetivo a cualquier cosa propia de Lanzarote.
Pero ¿cómo se generó esta palabra? Evidentemente su origen etimológico se encuentra en el sustantivo conejo. En efecto, fue de la abundancia de estos roedores en nuestra isla que le valdría a los lanzaroteños, en opinión del insigne polígrafo canario José de Viera y Clavijo, esta especie de nombre adjetivado. En igual dirección apunta el fiel cronista de nuestras antigüedades lanzaroteñas –digamos ‘conejeras’– José Agustín Álvarez Rijo, quien en su valiosa obra Historia del puerto del Arrecife, refiriéndose a los habitantes de Lanzarote, nos ilustra al respecto al decir: “A los naturales de esta isla les nombran en las demás ‘conejeros’, y todavía por los años de 1787 hasta 91 había alguna razón para esto, pues se exportaban de ella partidas de tres a cuatrocientas docenas de pieles de conejo”.
Como se ve, pues, esta peculiar denominación dada a los nativos de Lanzarote y a las cosas de la isla en general goza de una cierta antigüedad, hallándose su empleo muy extendido en la actualidad.
Mi opinión, no obstante, es que hacemos un uso excesivo de ese término populachero en detrimento de su equivalente más ortodoxo ‘lanzaroteño’. Quizás haya contribuido a ello esa otra acepción erótica facilmente inferible que lo caracteriza, que indefectiblemente ronda por la mente del que lo oye por primera vez y que instintivamente halaga la vanidad masculina de los hijos de esta tierra.
Siempre me acordaré cuando en una de mis actuaciones como guía turístico al frente de una guagua con un grupo de peninsulares hace bastantes años, habiendo salido a colación esta palabra y tratar yo de explicarla a requerimiento de un cliente, haciendo uso del micrófono, sin poderme reprimir de hacer alusión a ese sentido erótico en él contenido, uno de los clientes que se hallaba en los asientos del fondo, casi grito con vehemencia: ¡“Anda, y yo también soy conejero!”